¿De vuelta al pasado?
La política argentina se sube al delorean y promete una campaña con la vista puesta en el pasado. El futuro asoma con olor a viejo, históricos dirigentes que se autoperciben la nueva política, la "tábula rasa" como pretexto para sobreseer amplios prontuarios y un futuro que sólo sabe mirar hacia atrás.
Venció el plazo para presentar candidaturas y, en una semana, vencerá el plazo para conocer los nombres de quienes encabezarán las listas que "la casta" propondrá a los argentinos para renovar (vaya contradicción) el Congreso de la Nación.
Una elección que parece más de lo que es
El oficialismo y sus múltiples oposiciones se preparan para unas elecciones sobredimensionadas. Magnificadas en sus repercusiones políticas, en su impacto institucional y, porque no, en su efecto sobre la sociedad.
Javier Milei afirma que, con una victoria contundente en octubre, podrá realizar las transformaciones con las que sueña desde el alquiler temporario de Olivos. El peronismo se regodea en la idea de, comicios mediante, resolver las disputas internas en la conducción del justicialismo nacional. Finalmente, el "grito federal" surgido de las "Provincias Unidas" (el frente que nuclea a los gobernadores de Jujuy, Santa Fe, Córdoba, Chubut y Santa Cruz) aspira a preparar el terreno para la candidatura presidencial de alguno de sus integrantes.
Y aunque jamás lo admitirán en público, a todos los protagonistas les gustaría volver a algún momento del escenario político que tuvimos en 2023.
A Javier Milei, por descontado, le gustaría volver a noviembre, al momento mismo del ballotage presidencial que lo llevó al sillón de Rivadavia con el 56% de los votos. Esto le garantizaría consolidar el cambio de colores en el Congreso y volver indeleble el morado con el que pintó a una buena parte de dirigentes amarillos. Además, le permitiría depender de cada vez menos aliados, generando acuerdos aún más transitorios y específicos restringidos a cada tema tratado mientras abarata los costos de la negociación parlamentaria.
Al peronismo en su conjunto y diversidad, por otro lado, le gustaría volver a octubre, a las elecciones generales, al momento en el que estuvieron a escasos tres puntos de ganar en primera vuelta. Si sucediese, lograrían ampliar su representación en ambas cámaras del Congreso, garantizándoles un sólido dominio parlamentario y posicionándolos claramente como la primera fuerza de oposición al tiempo que, desde su perspectiva los consolidaría como la alternativa inevitable al primer gobierno libertario de la historia.
Finalmente, a los gobernadores de las "Provincias Unidas", les encantaría retroceder hasta agosto, a las PASO, momento de altísima fragmentación e incertidumbre. Un peronismo dividido que enfrenta una elección de forma apática. Un Cambiemos completamente roto, incapaz de superar el trauma de la derrota macrista y ensimismado en una interna fratricida en la que, por si fuera poco, es tensionado por un outsider radicalizado que, desde los medios y las redes, les marca la agenda arrastrándolos hacia un terreno incómodo e inexplorado. Este escenario le permitiría a Torres, Llaryora y Pullaro convertirse en árbitros de la escena nacional, decisivos dadores de gobernabilidad en el seno de un parlamento en el que cada voto cotiza al alza.
Sin embargo, ni la elección asoma como un contundente triunfo libertario, ni las fuerzas del cielo parecen capaces de lograr plena autonomía en el Congreso. Tampoco el peronismo se muestra capaz de resolver sus disputas internas en el marco de una unidad que incomoda a todos los que la pregonan. Finalmente, todo indica que la ancha avenida del medio se encuentra condenada a jamás superar el 15% de los votos nacionales. Lo sufrieron Massa y Urtubey, lo disfrutó Schiaretti, y todo indica que lo sentirán en carne propia los federales de aspiración presidencial.
Todos miran hacia atrás
No importa el color político o el distrito, mucho menos el candidato o el partido. Al parecer no habrá campaña capaz de escaparse del pasado.
El gobierno se presenta con una única promesa: terminar con el kirchnerismo, pasarle la motosierra al pasado, destruir todo aquello que fue previo a su llegada. Los últimos setenta años son la causa de todos los males presentes. La consecuencia de esta única promesa también está anclada en el pasado: la nostálgica idea de aquella "Argentina potencia" que, en caso de haber existido, lo hizo hace más de un siglo y medio.
El peronismo, por su parte, promete volver a la década ganada, a los dulces y sojeros años que dieron vida al primer kirchnerismo. Buscan rescatar la figura de Néstor Kirchner, el peronista de los superávits gemelos y el que le dió vida a la primera grieta del siglo XXI.
Ni azules ni morados parecen dispuestos a ofrecer a la sociedad argentina ideas o propuestas de cara al futuro. En el mejor de los casos, la oferta de volver al pasado estará teñida de quiebres y conflictos. Sobre esa base deberá añadirse una búsqueda de defensa épica y resistencia desde el peronismo confrontada por una exigencia de renovado acompañamiento y sacrificios por parte del "mileismo" mientras la sociedad asiste, resignada y apática, a las luchas de poder que escenifica la casta.
Lo que se juega en la comarca
En el plano local, sólo resta una incógnita: ¿Qué hará Osvaldo Jaldo? ¿Se arriesgará a una nueva candidatura testimonial o apostará por un candidato o candidata que lo represente?
La duda surge producto de la innegable competitividad provincial que demuestra en las encuestas de opinión la Libertad Avanza en tanto vehículo electoral de Javier Milei.
Una competitividad que no se traslada en su totalidad a los candidatos libertarios pero que, indiscutiblemente, enciende una luz de alerta que obliga a confiar en la fragmentación de los apoyos al presidente para garantizar la prevalencia del justicialismo. Así, Fuerza Republicana (Bussi), Unidos por Tucumán (Sánchez) y CREO (Omodeo) se transforman en el cordón sanitario con la función de mitigar el crecimiento libertario en la provincia, al menos en el plano institucional.
Por otro lado, y aunque Tucumán es un distrito con una consolidada identidad justicialista, la necesidad de un candidato que aporte votos por encima del piso histórico del peronismo se impone. Más aún cuando el cambio en el sistema de votación implica una profunda reestructuración de la forma y mecanismos de militancia electoral a los que la dirigencia se acostumbró.
En este contexto, Osvaldo Jaldo tiene, paradójicamente, el mismo problema que Javier Milei: su ineludible relevancia política le dificulta delegar efectivamente la representación en figuras diferentes a ellos mismos. Ni Manuel Adorni ni Darío Monteros, por poner algunos ejemplos, son capaces de generar con claridad aquello que, Presidente y Gobernador, representan para la sociedad.
Por eso se extiende hasta el último momento la duda del tranqueño. Por eso y porque, con su candidatura, pone en juego mucho más que su gestión de cara a la sociedad. Pone en juego su capacidad de ordenar políticamente a la dirigencia justicialista de cara a los comicios que realmente importan: los de 2027, esos en los que deberá revalidar sus propios títulos. Los recuerdos de Pullaro, Capitanich y Jorge Macri siguen frescos en la memoria.
En todo caso, quizá el verdadero desafío para este 2025 sea lograr que, alguna vez, el futuro deje de parecer un déjà vu.
¿Fin?
Patricio Adorno. Licenciado en Ciencias Políticas, docente universitario en UNSTA, socio de Meraki Consultora Política, Director de ACEP San Miguel de Tucumán.