"El proyecto soy yo" y el cesarismo desajustado
"El mismo desarrollo de la sociedad occidental entraña un proceso de atomización y de creciente influjo del Estado en la vida de los ciudadanos. Aquí hay que buscar la génesis del fenómeno cesarista moderno, que por estos motivos precisamente es un elemento presente tanto en la democracia plebiscitaria como en el socialismo". "Diccionario de política", de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Tomo I, página 215. (Siglo XXI Editores, 2008, Ciudad de México).
Resulta por momentos inquietante la dinámica de los debates públicos argentinos. El empeño por la discusión en torno de los síntomas contrasta con el silencio en torno de las causas. Sobre todo cuando la economía deviene obsesión que deja en segundo plano la política. Se configura, así, una suerte de escena trágica, porque la tragedia griega consiste precisamente en ello: protagonistas enfrascados en las consecuencias, sin atender las causas, hasta que es demasiado tarde.
El ejemplo arquetípico es "Edipo Reys", de Sófocles. Las plagas asuelan Tebas y el oráculo revela que es un castigo porque el asesinato del rey anterior, Layo, sigue impune. Edipo entonces anuncia que aplicará un castigo feroz contra el culpable cuando sea identificado, sin saber que está dictando su propia condena. Cuando sepa que el matador es él, y que ha ocupado el lugar de su padre (incesto incluido), se exiliará: marchará al ostracismo. Antes, se arrancará los ojos. Lo cual, por cierto, era casi una redundancia: hacía tiempo que estaba cegado. No había podido ver que los dramas de su Estado no tenían que ver con los fines que perseguía el líder, sino con el origen mismo de su liderazgo.
Hoy, las turbulencias de la política económica nacional monopolizan la atención de la opinión pública, a pesar de que se está a solo 14 días de los comicios de medio término. En las ocasiones anteriores, la Argentina se convertía en una suerte de patria encuestadora. Hoy sólo se habla del dólar. Todas las mediciones, proyecciones, pronósticos y pálpitos tienen que ver con él.
A modo de síntesis, la cuestión se circunscribe a si el agrietado "modelo" que lleva adelante La Libertad Avanza está terminado, o no. Entre la incapacidad para acumular reservas, los salvavidas que se agotan (ya se apeló al "blanqueo" de capitales, al FMI y ahora al Tesoro de los EEUU), el "riesgo país" que sigue imposibilitando acceder al crédito internacional y la "presión compradora" del dólar que no cesa, la discusión gira en torno de si las "bandas de flotación" seguirán vigentes más allá de los comicios. Léase: se debate cuánto hilo le queda al carretel del programa oficial.
Lo inquietante de este cíclico caso (no hay década en que la Argentina no ponga en tela de juicio los planes económicos de sus gobiernos) es que hay algo que parece largamente consumido y que, sin embargo, no está en la discusión. Lo que ya está agotado es el modelo cesarista de los sucesivos gobiernos argentinos. En ese esquema reside la raíz de muchos de los avatares de la Nación.
Racionalidad perdida
En 1983, con el retorno de la democracia, el proselitismo se hacía entregando copias de la plataforma electoral de los partidos. La del peronismo y la del radicalismo eran tan voluminosas que se asemejaban a libros sin lomo. Eran páginas y páginas con compromisos y, sobre todo, propuestas.
Una década después ya sólo eran "trípticos". Después, folletos. Más tarde, volantes impresos sólo de un lado. Ahora, tan sólo, "posteos" en redes sociales. En los cuales, por supuesto, nada se propone. Todo cuanto hace el postulante es pedir que lo voten a cambio de una promesa: hará todo cuanto su líder le pida. Si su líder es el Presidente de la Nación, votará como él disponga. Y si su líder es un gobernador, irá al Congreso a hacer lo que sea más conveniente para el Gobierno de la Provincia.
De pronto, mientras el Preámbulo de la Constitución Nacional comienza diciendo; "Nos los representantes del pueblo", la Argentina parece haber abandonado la forma representativa (consagrada en el artículo 1) de Gobierno. Ahora pareciera que elegimos delegados. Y ni siquiera son "Nos, los delegados del pueblo" sino, tan sólo, los delegados de algún titular de Poder Ejecutivo. Con lo cual, el Congreso ya no sería de la Nación sino, más bien, de 25 argentinos: los 23 gobernadores, el jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Presidente de la Nación.
Pasamos, entonces, de "El Estado soy yo", como proclamó Luis XIV en el absolutismo monárquico, a "El proyecto soy yo". Así que para que perder el tiempo con propuestas, si el líder las encarna. Él es fuente de toda razón. Ya no hay plataformas. Todo es "relato", si se trata de las experiencias kirchneristas. O es "mito de gobierno" si es el turno de los tecnócratas del PRO o LLA.
La política, entonces, pierde racionalidad. Todo proyecto puede discutirse y modificarse. Pero si el proyecto es el líder, el debate deviene personal. La razón, por tanto, es reemplaza por el carisma. Lo cual, lejos de ser meramente semántico, tiene profundas consecuencias materiales. En adelante, quien se opone a lo que "quiere" el oficialismo, sencillamente, está contra el líder: no hay separación entre su persona y sus planes. El antagonismo, así, ya no es sólo una estrategia de campañas, sino una consecuencia natural del sistema. La lógica "amigo / enemigo" se aposenta. Puede que sirva para triunfar en las urnas, pero hace ya décadas que no sirve para gobernar. De hecho, la carencia de proyectos lleva a la improvisación. Todos terminan en el mismo plan: "llegar". Y así "llegan": Cristina Kirchner, con el país en "default". Mauricio Macri perdió la reelección y en primera vuelta. Alberto Fernández ni siquiera llegó a presentarse como candidato para un segundo mandato.
Democracias delegativas
El líder cesarista está por encima de las clases sociales (en el peronismo) o de las castas (en el oficialismo libertario). Siguiendo las caracterizaciones de Bobbio, Matteucci y Pasquino, el líder no se identifica con ninguna, a la vez que tampoco anula los grupos o estamentos del poder tradicional. El líder cesarista está más pendiente de los asuntos globales que comarcanos. En lo doméstico, más bien, se dedica a arbitrar intereses. Sobre todo cuando las clases sociales ya están configuradas.
Él es hijo de una crisis. Los cesarismos contemporáneos, dicen los autores, se deben a que "en ciertos momentos los grupos sociales pueden alejarse de sus partidos tradicionales, que a partir de ese momento dejan de ser reconocidos como expresión de su clase o grupo social. Cuando se dan estas crisis de representación, se abren a la situación inmediata diferentes salidas, encarnadas frecuentemente por jefes carismáticos. Este tipo de crisis es sobre todo, dentro de la terminología de Gramsci, una crisis de hegemonía de la clase dirigente".
Claro está, entre los tiempos de Julio César y hoy median dos milenios y las democracias modernas. De modo que el cesarismo encuentra otros contextos. Y en el caso argentino, como en muchos otros casos latinoamericanos, modifica la democracia. Precisamente, transforma las democracias representativas en "democracias delegativas", al decir de Guillermo O'Donnell. Y con ello, las democracias se tornan duraderas, pero no necesariamente son democracias consolidadas.
"Las democracias delegativas se basan en la premisa de quien sea que gane una elección presidencial tendrá el derecho a gobernar como considere apropiado, restringido sólo por la dura realidad de las relaciones de poder y por un período en funciones limitado constitucionalmente. El presidente es considerado como la encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus intereses. Las políticas de su gobierno no necesitan guardar semejanza con las promesas de su campaña, ¿o acaso el presidente no ha sido autorizado para gobernar como estime conveniente", delineó el politólogo argentino en su ensayo "Democracia Delegativa", publicado en 1994.
"Debido a que a esta figura paternal le corresponde encargarse de toda la nación, su base política debe ser un movimiento. Generalmente, en las democracias delegativas los candidatos presidenciales ganadores se sitúan a sí mismos tanto sobre los partidos políticos como sobre los intereses organizados. ¿Cómo podría ser de otro modo para alguien que afirma encarnar la totalidad de la nación? Según esta visión, otras instituciones -los tribunales de justicia y el poder legislativo- constituyen estorbos que acompañan a las ventajas a nivel nacional e internacional de ser un presidente democráticamente elegido. La rendición de cuentas a dichas instituciones aparece como un mero obstáculo a la plena autoridad que le ha sido delegada al presidente", describió.
El kirchnerismo, como versión siglo XXI del peronismo, no se circunscribe al Partido Justicialista, sino que es un "movimiento". Así como La Libertad Avanza está tan por encima del terreno político que se identifica con "las fuerzas del cielo". Cuando la Justicia investigaba la corrupción "K" se trata de una guerra judicial, el "lawfare". Cuando el Congreso rechaza vetos de Milei e insiste con leyes aprobadas por los dos tercios de los diputados y los senadores, son "asesinos" y "genocidas".
Dimensión desconocida
El concepto de democracia delegativa exhibe que los actuales son cesarismos desajustados. Enfrentan limitaciones temporales e institucionales, en cuando a las fronteras del poder. Pero también están desfasados respecto otra dimensión: la probidad del líder. Es conocido que Julio César repudió a su segunda esposa, Pompeya. Un adversario suyo se disfrazó de mujer e ingresó a una ceremonia reservada solo para ellas. Aunque Pompeya jamás hizo nada impropio, los rumores maliciosos ganaron las calles de Roma. Y el César la dejó. Porque "la esposa del César no sólo debe serlo, sino también parecerlo". La sola sospecha contra el honor se tornaba inadmisible para el líder.
Los cesaristas contemporáneos, en cambio, tienen condena por corrupción con la obra pública (Cristina). O afrontan procesamientos por violencia de género y por negociaciones incompatibles con la función pública en torno de la venta de seguros a empresas estatales (Alberto). O afrontan escándalos que tendrán derivaciones judiciales con estafas con criptomonedas, cuando sus entornos no enfrentan denuncias por supuestas "coimas" con droguerías o vínculos con el narcotráfico (Milei).
Precisamente, la democracia representativa, dice O'Donnell, trae consigo la rendición de cuentas. Cuando el elemento delegativo ensombrece al representativo, también palidece la transparencia.