La descamporización del kirchnerismo bonaerense y la emancipación de Kicillof
El triunfo de Fuerza Patria en Buenos Aires marca, más que un resultado electoral, la escena de una emancipación política: Axel Kicillof dejó de ser "el economista mimado de Cristina" para convertirse en el arquitecto de su propia corriente. La descamporización es, en realidad, la puesta en marcha de un kicillofismo que ya no pide permiso ni se disculpa por existir.
La liberación no fue un arrebato, sino un proceso sostenido. Kicillof eligió el camino más riesgoso: tensar con Cristina sin ceder, discutir con La Cámpora sin romper y, al mismo tiempo, demostrar que podía sostener el caudal electoral. El triunfo de hoy lo valida. En política, las tensiones se resuelven con votos, y el gobernador bonaerense acaba de mostrar que la tutela cristinista ya no es condición de supervivencia.
El resultado no es casual. La decisión de desdoblar las elecciones provinciales fue mucho más que una jugada técnica: fue una afirmación de autonomía. La unidad que tejió para llegar hasta aquí tuvo algo de ensayo general de lo que podría ser su salto nacional: un frente amplio, menos condicionado por liturgias partidarias y más orientado a la eficacia del poder. Lo que se consolida es un kicillofismo con identidad propia, que empieza a pararse frente al espejo sin necesitar prestarse el reflejo de otros.
Los números hablan por sí solos. Kicillof retuvo el mismo porcentaje que Unión por la Patria había alcanzado en 2023: 44% en la elección provincial de entonces y 43% en la nacional. En un escenario político signado por la volatilidad y la fragmentación, conservar esa base es un triunfo estratégico. No es sólo resistencia, es capacidad de proyectar futuro desde una estabilidad poco común en el mapa argentino.
Y ese futuro, inevitablemente, se llama 2027. Sin posibilidad de reelegir en la Provincia, Kicillof empieza a caminar el sendero que conduce a una candidatura presidencial. Lo hace con una ventaja sustancial: su base bonaerense funciona como un piso firme y su desafío a Cristina lo coloca como figura de proyección nacional. Entre gobernadores, ya no es "el chico díscolo de La Cámpora", sino un par validado por las urnas.
La escena deja un contraste sugestivo. Mientras el camporismo insiste en administrar el museo de la épica, Kicillof apuesta por construir una plataforma de poder. La descamporización no fue un gesto de rebeldía adolescente, sino un movimiento de adultez política. Y el resultado electoral no sólo lo confirma: lo catapulta.
El dilema que se abre para el peronismo es claro. Si en los próximos años la política nacional se va a ordenar entre experimentos personalistas y proyectos colectivos, Kicillof se perfila como el dirigente capaz de ofrecer un mix: liderazgo propio y una estructura que aprendió a sobrevivir a la intemperie. En ese cruce, quizá resida la explicación de por qué el triunfo bonaerense no es apenas un episodio local, sino el inicio de una conversación sobre el futuro, a mediano plazo, del peronismo en la Argentina.