Opinión

Cuenta regresiva para resolver el dilema

Los argentinos llegan al cierre de listas en un escenario polarizado entre libertarios y peronistas. Milei intenta sostener el "cambio" pese a sus contradicciones, mientras el PJ apela a la unidad con viejas caras y un discurso de resistencia. El dilema central de octubre será cuál "clivaje" logra imponerse: ¿profundizar el rumbo libertario o volver al pasado peronista?

Hoy vence el plazo para inscribir a los candidatos a diputados nacionales (y a senadores, en ocho de los 24 distritos argentinos) que competirán en los comicios del 26 de octubre próximo. Lo perentorio del plazo habilita a congelar la escena por un instante y reparar en que se ha configurado una realidad omnipresente: hoy los argentinos quieren un cambio. La Argentina, igual que todo el occidente capitalista, entró en crisis en 2008. Occidente capitalista salió de ese atolladero, pero este país no. De modo que salir de la crisis y vivir mejor son afluentes a un mismo verbo: "cambiar".

La Libertad Avanza se ofrece una vez más como esa opción. Claro está, es una opción no creíble para muchos que no la votaron. La cuestión es para cuantos de aquellos que sí lo hicieron se han desencantado, entre escándalos descomunales como la estafa con la criptomoneda "$Libra". O afirmaciones sólo creíbles para los fanatizados, como la de que mejorar el bono de la jubilación mínima o declarar en emergencia la discapacidad es cosa de "genocidas y asesinos".

En Buenos Aires, el primer gran test electoral que prologa en septiembre los comicios nacionales del mes siguiente, se ve al partido del Presidente de la Nación llevando en las listas mucho de la más rancia aristocracia de eso que él denominó "la maldita casta". "Casta" llegó a significar mucho en los comicios de hace dos años, pero hoy, producto de la inconsistencia entre lo que Javier Milei predicó y los personajes que componen su funcionariado, es otra palabra vacía de campaña.

Sin embargo, los "libertarios" pueden todavía aspirar a presentarse como "el cambio" por dos circunstancias. La primera de ellas les es propia: en líneas generales, han maniobrado exitosamente para lograr despejar de "términos medios" el campo de batalla electoral. En los principales distritos del país, el "mileísmo" ha absorbido al PRO o a la UCR, según el caso. El resultado es que en las circunscripciones que deciden la suerte electoral del país la Casa Rosada logra presentar un escenario bipolar. En un extremo está el oficialismo nacional y en el otro está el peronismo. Precisamente, esta es la segunda circunstancia: el peronismo no se ha renovado. Porque no ha querido, porque no ha podido o porque no ha tenido tiempo. O por lo que fuere. Lo que es claro es que en el peronismo, "lo nuevo", definitivamente no está.

Fotos y chicanas

Para anunciar "la unidad", que es hasta ahora la única reacción orgánica del peronismo frente al hecho de que en 2023 haya llegado a la presidencia pro primera vez un candidato de la antipolítica (la UCR y el PRO ni siquiera esos reflejos tuvieron), el PJ mostró una foto de caras harto conocidas. Sonreían para el flash el gobernador bonaerense Axel Kicillof, "padre" del juicio adverso por 16.000 millones de dólares por la expropiación de YPF; Sergio Massa, "padre" de la inflación del 25% en diciembre de 2023 (y del 211% acumulado ese año); y Máximo Kirchner, "hijo" (esa viene siendo su profesión). Todos bajo la advocación de Cristina Fernández de Kirchner, condenada por corrupción en la causa "Vialidad" y con prisión domiciliaria. Y para rematar, ahora también cuentan con la bendición presencial de Juan Grabois.

La oferta de este peronismo se puede sintetizar en una finta, que no por chicanera es menos efectiva: "qué bien estábamos cuando estábamos mal". Es decir, un intento por resignificar los resultados de los gobiernos "K" y por revivir los planteos consabidos de los discursos que caracterizan ese espacio desde el fin del menemismo: lo malos que son el neoliberalismo, los organismos de crédito internacionales y el "Consenso de Washington". Todo ello para derivar en un patio común: cuando gobernaba el peronismo (el kirchnerismo es su versión siglo XXI), los argentinos no la pasaban tan mal. Así que hay que "cambiar" el "hoy" por ese "ayer".

Escenografías de ayer y de hoy

El escenario así planteado queda reducido a una elección binaria. En términos superficiales se expondrán proclamas libertarias como "inflación vs. no inflación". En las del peronismo, "justicia social vs. no justicia social". En términos algo menos epidérmicos, el asunto es que La Libertad Avanza quiere montar los comicios que vienen con un "decorado 2023". Propone que lo que falta hacer demanda terminar con el peronismo como actor de veto institucional y político. De allí su pancarta que dice (con la típica banalización del mal propia de aquellos a los que la consciencia histórica les importa un cuerno): "kirchnerismo nunca más".

El peronismo, en cambio, por primera vez en un cuarto de siglo no quiere que los argentinos quiten la mirada del presente continuo. Claro está, no es así con todos. Cristina Kirchner, quien es todavía la figura más importante de ese partido, seguramente anhela un protagonismo central. Si por ella fuere, el PJ debería tener, como órgano de difusión, un periódico que llevase el mismo nombre que Bernardo de Monteagudo le dio a aquel que fundó en la década de 1810: "Mártir o libre". Sin embargo, para otros, como Kicillof, es más o menos claro que es severamente más redituable para la estrategia electoral hablar de los estragos del "ajuste" libertario antes de que la teoría del "lawfare" y sus multimillonarios con prisión domiciliaria.

Aromas y fracturas

De lo que se desprende una cuestión que la comunicación política conoce hace ya bastante tiempo, pero que no siempre termina de cuajar en la conciencia de los votantes. En Occidente, las elecciones son planteadas en términos de dilemas: hay que escoger entre una opción u otra. Luego, buena parte de la batalla simbólica y discursiva es para determinar quién plantea el dilema más representativo. El Gobierno nacional quiere llenar el ambiente de perfume de 2023 porque con ese aroma maniobra más fácilmente el proselitismo: ¿profundizar el cambio que comenzó hace dos años o dar marcha atrás en la historia? El peronismo plantea otro dilema: ¿para quién se debe gobernar: para los acreedores internacionales y los bancos o para los trabajadores y los jubilados?

Huelga decirlo, de uno y de otro lado, el planteo del dilema olvida muchas calamidades. En el caso de los libertarios, las perpetradas por su gobierno. En el caso opositor, las consumadas por los gobiernos kirchneristas. Justamente, eso lleva al instrumento eficiente de los dilemas. La herramienta idónea, curiosamente, no aparece en el diccionario castellano: es el "clivaje".

Geologías electorales

Esta palabra de la geología, que designa la propiedad de ciertos minerales para dividirse profundamente ante una acción mecánica (la piedra laja, ante el golpe de cincel se separa siguiendo la línea de la veta donde se produjo el impacto), ha sido apropiada por la sociología y por la ciencia política para metaforizar sobre la manera en que los votantes, justamente, se dividen. "Clivaje", que aún no es admitida por la Real Academia Española, viene del inglés y equivale a disociación, escisión, fisura, segmentación. En argentino, sería fractura.q O más bien una divisoria de aguas que pone a los votantes de un lado o del otro con respecto a las cuestiones políticas; o, como en este momento, con respecto a las opciones electorales.

Los "clivajes" van depurándose hasta simplificarse en extremo. Por ejemplo, a esta hora (a la medianoche vence el plazo para inscribir candidatos para la elección del 26 de octubre), el Gobierno trata de fracturar el escenario sobre la base de "pasado malo o futuro bueno". Mientras que el peronismo lo hace con un "parte aguas" que podría reseñarse en "mal gobierno o buen gobierno".

"Clivajes" históricos

¿Cuál de estos "clivajes" será determinante? Estas divisorias de aguas se fungen para construir cadenas de significación. Que, desde hace varias décadas, no son otra cosa más que "cadenas de daño". Los libertarios hablarán de todos los estragos que produjo la inflación y la corrupción del kirchnerismo. El peronismo, de todos los que ven perjudicada su calidad de vida con cada día que pasa. Finalmente, el que construya la "cadena de daño" más larga es el que ganará la partida.

No es sencillo encontrar la "divisoria de aguas" adecuada. Pero sí es determinante. En 1983, el PJ, invencible en las urnas, llegó a los históricos comicios del 30 de octubre con un clásico: "peronismo / antiperonismo". Pero el radicalismo advirtió que la fractura que verdaderamente dividía en dos a la sociedad en ese momento era "democracia / dictadura". Raúl Alfonsín, por tanto, hizo su campaña bajo el signo del Preámbulo: no convocaba a los votantes en tanto radicales o peronistas, sino como ciudadanos que se reconocían en la vigencia de la Constitución. El resultado: por primera vez desde el surgimiento del peronismo, la UCR vencía al PJ, en elecciones sin proscripciones.

En 2003, tras la tragedia económica, social e institucional de la fracasadísima Alianza (y cuando los argentinos cantaban "que se vayan todos" incluso bajo la ducha), Néstor Kirchner logró llegar al balotaje apelando al clivaje "centro / periferia". Él, aunque gobernador, se presentaba no como un político (se encargó como pocos de demonizarlos) sino como un "pingüino que viene del sur".

Sergio Massa, en 2013, rompió la polarización entre el kirchnerismo y UNEN (la UCR y el socialista Frente Amplio Progresista) al plantear que había que ponerle un freno a Cristina, pero con identidad peronista. Pero esa fisura no le funcionó tan bien en 2015. El macrismo leyó ese año que el clivaje central era "kirchnerismo / antikirchnerismo" (hasta el punto de rechazar un acuerdo con Massa porque él tenía pasado "K") y se quedó con la Presidencia.

Sin lugar para el relato

Eso sí, a poco más de dos meses de los comicios, tanto los libertarios como los peronistas están donde quisieran estar: son las dos opciones del mercado electoral. De hecho, las elecciones, este año, vienen signadas por el alto ausentismo en las urnas. Precisamente, la baja participación favorece estadísticamente a los polos, porque la mayoría de los que no va a votar son los que querían una opción diferente y asumen que todo terminará zanjándose entre un extremo y otro.

De la misma manera, si el escenario efectivamente llega tan polarizado como se presenta ahora, habrá un claro ganador y un claro derrotado. Sin mucho margen para relatos y relativismo.

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