No es solo un acuerdo electoral: Es un epitafio político, el PRO ha muerto.
La alianza con Milei no es un simple pacto electoral: es la disolución deliberada de la identidad amarilla. Entre la violetización y la descapitalización, Mauricio Macri entrega al PRO como furgón de cola para mantener su liderazgo histórico.
En política, la muerte de un partido no siempre se anuncia con un estruendo. A veces es un desgaste lento, casi imperceptible, que borra su esencia hasta dejarlo irreconocible. El PRO -ese espacio que llevó a Mauricio Macri a la Casa Rosada y que alguna vez se presentó como la alternativa moderna al peronismo- atraviesa ese proceso. Y lo más llamativo es que quien más ha hecho por acelerar esta etapa final es su propio fundador: Mauricio Macri.
La alianza con La Libertad Avanza no es una jugada táctica para octubre,sino un movimiento calculado para descapitalizar la marca PRO. Lo que en 2015 fue la locomotora de una coalición nacional hoy se entrega como vagón de cola al proyecto libertario, cediendo símbolos, agenda y protagonismo.
MACRI, EL ARQUITECTO DE LA RENDICIÓNMacri no fue un espectador. Fue el garante del pacto con Javier y Karina Milei, reuniéndose con ellos a comienzos de agosto y aceptando que el PRO se integre en listas donde ocupará el quinto y sexto lugar en CABA. Un mes antes, había reconocido que LLA buscaba "una posición totalmente dominante" en las negociaciones, pero aun así avanzó. No es ingenuidad. Es cálculo: sacrificar la marca que él mismo creó para impedir que otro la use como plataforma. Un PRO reducido a sello sin peso propio es un PRO sin herederos.
María Eugenia Vidal lo entendió y se bajó: "No vale todo por un cargo". Pablo Avelluto lo dijo sin anestesia: "Se humillaron". La señal interna fue inequívoca: el fundador no busca preservar la dignidad partidaria,sino garantizar que, si el PRO es satélite de Milei, él siga controlando la órbita.
LA VIOLETIZACIÓN COMO SÍMBOLO
La imagen es brutal: dirigentes del PRO enfundados en buzos violetas -color insignia de LLA- en un acto conjunto. Según trascendió, se les pidió expresamente vestir así, borrando todo rastro del amarillo que los identificó durante dos décadas.
Esta violetización no es solo estética: es la absorción total de la narrativa, la identidad y el voto PRO en el universo libertario. La militancia amarilla se convierte, de facto, en tropa libertaria.
Descapitalizar para controlar
En el lenguaje empresarial, descapitalizar es vaciar de activos a una compañía para venderla o absorberla. En política, es despojar a un partido de su capital simbólico, territorial y electoral para volverlo dependiente. Eso es lo que ocurre con el PRO.
La salida de Vidal, las tensiones internas y la entrega de la marca son, para Macri, daños colaterales útiles: sin capital partidario, no hay sucesores; sin sucesores, el liderazgo histórico -de Macri- queda intacto.
LA VERSION OFICIAL (Y SU LÍMITE)
Quienes defienden la alianza hablan de pragmatismo: sumatoria de votos, mayor representación legislativa, y la oportunidad de frenar al kirchnerismo en bloque. Pero esta lectura pasa por alto un hecho central: un partido que entrega su identidad a otro deja de ser socio y se convierte en apéndice. Y los apéndices, en política, son prescindibles.
En 2015, el PRO conducía la locomotora del cambio. En 2025, es el último vagón de un tren que maneja Milei. Ya no fija agenda, no marca el rumbo y ni siquiera viste sus colores. La degradación no es solo electoral; es existencial. Para Macri, el costo es la desaparición práctica del partido que fundó. El beneficio, al menos en su lógica, es que nadie más lo usará como plataforma de poder.
EL DÍA DESPUÉS
El interrogante no es el resultado de octubre, sino qué quedará del PRO en noviembre. La historia política argentina es implacable con quienes aceptan ser segundos: rara vez vuelven a ser primeros.
La violetización avanza, la descapitalización es un hecho, y el PRO ya no es dueño de sí mismo. Lo demás es anécdota de campaña. El partido ha muerto, y Mauricio Macri firmó su acta de defunción.