El caballero que honró el fútbol hasta el final

Su partida deja un vacío enorme en el fútbol argentino y sudamericano. Russo no fue solo un entrenador ganador; fue un hombre que entendió el deporte desde la nobleza, el trabajo y la humildad. Su vida, marcada por la coherencia y la lucha silenciosa, es un legado que trasciende los resultados.

Hay hombres que hacen historia con goles, otros con frases, y unos pocos con gestos. Miguel Ángel Russo fue de esos últimos. Sin estridencias, sin titulares a cada rato ni polémicas forzadas, edificó una carrera donde la palabra tuvo tanto peso como la táctica, y la decencia fue tan importante como la victoria.

Nacido en Lanús en 1956, se formó y forjó su carrera como jugador en Estudiantes de La Plata, donde se convirtió en símbolo y capitán. Dejó la piel durante más de una década en el mediocampo pincha, siendo parte de un equipo que supo combinar sacrificio, inteligencia y temple. Debutó frente a San Martín de Tucumán y rápidamente se ganó el respeto de propios y rivales.

En el ambiente futbolístico se decía que Russo era "el hijo de Carlos Salvador Bilardo". Sin embargo, la paradoja del destino quiso que fuera el propio Bilardo quien lo desafectara de su última chance de integrar la Selección Argentina y dejarlo fuera de la lista de convocados al Mundial México 1986 nada menos, a raíz de una lesión de rodilla que, dos años después, lo obligaría a retirarse prematuramente del fútbol profesional.

Se retiró joven, pero su espíritu competitivo encontró rápidamente un nuevo lugar: el banco de suplentes. Desde allí empezó a escribir otra historia. Dirigió en casi todos los rincones del fútbol argentino: Lanús, Los Andes, Rosario Central, San Lorenzo, Vélez, Racing, Colón y Boca. En cada uno dejó algo más que una campaña: dejó respeto. Russo no imponía autoridad a los gritos, sino con paciencia, mirada firme y palabra justa. En tiempos donde el exitismo suele devorar la esencia, él predicó la paciencia, la planificación y la educación.

Su consagración internacional llegó en 2007, con la Copa Libertadores que conquistó con Boca Juniors. Guiando a un equipo inolvidable con Riquelme, Palermo y Palacio, Russo supo conocer la gloria eterna en aquella final frente a Gremio en Brasil, la cual, la definiría picarezcamente así: "La Libertadores es como la novia que uno siempre quiere y no te presta atención". Porque además de todo, Miguel tenía mucha calle y noche.

Aunque, en realidad, su gran romance fue con Boca, al que definía como aquel al que "uno nunca le puede decir que no". Por eso logró tener tres etapas como DT del club, y su destino fue de su mano hasta el final de sus días.

Más allá de los logros, lo que sobresalió siempre fue su serenidad y su manera de conducir con equilibrio en un ambiente donde pocos lo logran. Cuando tuvo todo para agrandarse, nunca sacó chapa; jamás chicaneó y siempre mostró caballerosidad y humildad.

Asimismo, su paso por Millonarios de Colombia quedó grabado en el corazón del fútbol cafetero. No solo devolvió la gloria a un club dormido, sino que lo hizo con afecto genuino, al punto de ser considerado un símbolo en Bogotá. Ganó títulos, pero sobre todo ganó cariño.

La vida, que a veces pone a prueba a los más fuertes, le presentó un nuevo partido en 2017: una lucha que nada tenía que ver con una pelota de fútbol, sino con un cáncer que no le impidió seguir haciendo lo que amaba. Dirigió, viajó y compitió, incluso cuando el cuerpo pedía pausa. Su regreso a Boca en 2020, en plena pandemia, fue otro acto de coraje, coronado con el campeonato de la Superliga y la Copa Maradona, en un contexto de incertidumbre total. Russo no se rindió nunca, y esa fue su mayor enseñanza.

Su última batalla la dio en Rosario Central, donde volvió a demostrar que la experiencia puede convivir con la pasión. Clasificó al equipo a la Libertadores y se fue ovacionado, dejando al "Canalla" con el corazón lleno de gratitud.

Su palmarés, fue tan extenso como exitoso, ya que, en los clubes por los que pasó, Russo no solo dejó respeto humano; también regó de gloria su historia. Logró ascensos con Estudiantes y Lanús, se consagró campeón con Vélez, levantó la Copa Libertadores con Boca, y apenas cuatro años después de aquella gesta internacional, condujo a Rosario Central a regresar a la máxima categoría. Central fue su gran amor como entrenador, del mismo modo que Estudiantes lo fue como jugador. Allí le regaló al pueblo canalla un título local después de muchísimos años de espera, un histórico 4-0 en el clásico frente a Newell's, y el invicto absoluto en todos los clásicos rosarinos que dirigió: nunca perdió ninguno.

Sin embargo, Russo jamás utilizó la chicana ni la burla como bandera: el respeto fue siempre su manera de vivir el fútbol. Y en su despedida quedó demostrado que el cariño trascendía camisetas: lo lloraron y lo homenajearon todas las hinchadas.

Miguel Ángel Russo falleció a los 69 años, en su casa, acompañado por los suyos. Pero su huella e historia no se borra. Su figura pertenece a esa estirpe de entrenadores que hicieron del fútbol un acto de ética, lealtad y amor.

En una sociedad donde abundan los gritos y escasea la calma, su silencio enseñó más que mil conferencias, y su sonrisa iluminó a varios hinchas. En un deporte que idolatra al éxito fugaz, Russo recordó que los valores también se entrenan y se atesoran para la eternidad.

Miguel se fue, sí. Pero dejó una verdad sencilla y profunda: se puede ganar sin perder la nobleza, se puede luchar desde la coherencia y, si algo malo estás atravesando, eso se cura con amor. Y eso, en este fútbol que tanto necesita referentes, es una victoria eterna.

Porque Russo tenía una sola forma de entender la vida y tal vez mil maneras de sentir el fútbol: "Tengo una pelota bajo la cama y le doy un beso. El día que me levante y no le dé un beso a la pelota, llegará el momento".

Tal vez por eso sus últimos días los quiso pasar dentro de una cancha, oliendo el césped, como lo supo contar Leandro Paredes honrando la memoria de Miguelo: "Él siempre me decía que mientras esté en la Bombonera iba a estar bien". Su compromiso fue hasta el final de sus días, porque quiso irse de este mundo siendo Director Técnico y con la ropa de Boca Juniors.

Y así fue: luego de rezar junto a un cura el Padre Nuestro, partió de este plano y se convirtió en leyenda, o quizás aún algo más honorífico: en un varón de este deporte.

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"El mismo desarrollo de la sociedad occidental entraña un proceso de atomización y de creciente influjo del Estado en la vida de los ciudadanos. Aquí hay que buscar la génesis del fenómeno cesarista moderno, que por estos motivos precisamente es un elemento presente tanto en la democracia plebiscitaria como en el socialismo". "Diccionario de política", de Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Tomo I, página 215. (Siglo XXI Editores, 2008, Ciudad de México).
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