Opinión

La sociedad que no queremos

El fútbol es pasión, es identidad y es cultura, pero también es poder. Y en esa ecuación, las mujeres suelen quedar relegadas, invisibilizadas o deslegitimadas. Cuando un jugador es acusado de ejercer violencia contra una mujer, la reacción casi automática de los clubes es blindarlo, protegerlo, justificarlo, entonces ¿el resultado deportivo vale más que la vida, la voz o la dignidad de una mujer?

Hay varios casos donde son denunciados deportistas y aún así, continúan con su carrera. Un claro ejemplo fue el caso Villa, quien fue denunciado en varias oportunidades, y aún así, siguió jugando como si nada pasara. No fueron pocos los dirigentes y hasta hinchas que justificaron su presencia en la cancha con un argumento tan repetido como peligroso "mientras rinda, lo demás es problema suyo". Esa frase, que parece inofensiva, es en realidad un grito de impunidad.

 En el fútbol argentino, muchas veces se defiende más la carrera de un jugador que la integridad de una mujer

El caso Vélez vuelve a mostrar la misma dinámica. Un sistema que prefiere esperar, un periodismo que a veces calla o suaviza, y una hinchada que en muchos casos relativiza la violencia si el jugador es "clave para el equipo". ¿Qué nos dice todo esto como sociedad? Que el fútbol sigue siendo un refugio de privilegios masculinos, incluso cuando se trata de delitos graves.

El lugar de las periodistas

Las mujeres que trabajamos en el periodismo deportivo cargamos con una doble mochila. No solo debemos abrirnos paso en un ambiente históricamente masculinizado, sino también soportar el cuestionamiento permanente: "¿sabe de fútbol?", "¿habla porque está en moda?", "¿se mete en esto para ganar seguidores?". A la desconfianza se suman el hostigamiento en redes sociales y la violencia simbólica que busca silenciar nuestras voces.

Las periodistas no solo enfrentan la hostilidad de un ambiente machista, también el silenciamiento de sus voces

Narrar casos de violencia de género en el fútbol siendo mujer implica exponerse doblemente al ataque de quienes defienden, por ejemplo a un jugador acusado y al descrédito de un entorno que todavía no acepta que la mirada femenina tenga autoridad para opinar sobre "el deporte de los hombres".

Los medios de comunicación también tienen su cuota de responsabilidad. Muchas veces, en lugar de nombrar a la violencia de género como lo que es -un delito-, se la maquilla con eufemismos: "un problema extradeportivo", "un conflicto familiar", "una polémica". Esa manera de narrar encubre la gravedad de los hechos y contribuye a que la violencia siga siendo tolerada en el imaginario social.

Algunos clubes, por su parte, suelen moverse en una lógica de cálculo político: proteger al jugador, minimizar el escándalo y evitar consecuencias económicas. Pocas instituciones han tomado medidas claras de sanción frente a estas situaciones. Y cuando lo hacen, suele ser tarde, después de que la justicia o la presión social se expresan con fuerza.

El espejo de la sociedad

El fútbol no es una burbuja aislada. Lo que ocurre allí refleja lo que pasa en la sociedad. Si en las canchas y en los vestuarios se justifica o se minimiza la violencia contra las mujeres, se está enviando un mensaje peligroso que se expande fuera del estadio. Por eso, el debate no es solo deportivo, es cultural y social.

La cancha también es un espejo de la sociedad: lo que se tolera en el deporte se replica fuera de él

El machismo en el fútbol no se limita a los jugadores denunciados. Está en las canciones que se cantan en la tribuna, en los comentarios de pasillo, en la falta de mujeres en cargos de poder dirigencial, en los micromachismos que atraviesan cada transmisión. Es un sistema que reproduce desigualdades mientras presume ser "popular" y "democrático".

La realidad demuestra que no se trata de cancelar, sino de transformar el sistema

Algunos podrían interpretar estas reflexiones como un ataque al fútbol y no lo es. El fútbol es demasiado grande y demasiado importante para dejarlo en manos de la impunidad. No se trata de cancelar el deporte, sino de transformarlo. Y esa transformación empieza por reconocer que "El fútbol es pasión, pero no puede ser excusa para la violencia ni un refugio para los violentos."

Un mensaje claro:

El fútbol argentino tiene una deuda con las mujeres. Una deuda con las víctimas, que siguen siendo relegadas en los procesos judiciales y mediáticos. Una deuda con las periodistas, que enfrentan hostilidad solo por ocupar un lugar legítimo. Y una deuda con la sociedad, que necesita más referentes que entiendan que el deporte más popular del país no puede seguir legitimando la violencia.

Es hora de que los clubes, los medios, los dirigentes y la justicia actúen con coherencia. Que entiendan que la pelota puede seguir rodando sin cómplices ni silencios. Que comprendan que el verdadero partido que tenemos que ganar como sociedad es el de la igualdad, el respeto y la vida libre de violencia para todas.

Porque al final, lo que está en juego no es solo el futuro del fútbol, sino el futuro de una sociedad que ya no puede permitirse mirar para otro lado.

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