Opinión

La intolerancia parece ser selectiva

Podemos estallar y terminar a las piñas en una cancha por cualquier estupidez, pero no movemos un dedo para defendernos de cuestiones sensibles.

Vivimos en una sociedad en la que algunos están dispuestos a matarse a golpes en una cancha por una camiseta, por "los colores", por "el aguante" o porque el otro no comparte la pasión que yo siento por mi equipo. Cualquier discusión puede terminar a las piñas hasta entre hinchas de un mismo club. Es increíble ver esa faceta violenta y salvaje en la misma sociedad apática y tibia que hasta siente vergüenza de salir a protestar para exigir por sus derechos, por el buen funcionamiento de los servicios públicos o por otras causas justas. Así las cosas, la intolerancia parece ser selectiva.

"El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes". Se dice que la frase corresponde originalmente al italiano Arrigo Sacchi, pero para nosotros, la popularizó el campeón del mundo, Jorge Valdano. Es cierto, a los argentinos el fútbol nos apasiona y le damos a ese deporte y a nuestro equipo un lugar importante en el orden de prioridades: después de la familia, después de la salud, después de los problemas reales; pero también muchas veces antes que el trabajo en ciertos casos (¿cuántas veces vemos a hinchas que se escaparon para la cancha?), antes que otras actividades recreativas, antes que asuntos pendientes que -no son urgentes- pero que tampoco deberíamos seguir postergando.

Somos así. El presente deportivo de nuestro equipo nos condiciona. Un resultado nos deprime o alegra la semana, otras veces no hablamos de semanas, sino de años. Y parece entonces cada fin de semana en la cancha hay mucho más en juego que tres puntos. Se pone en juego el estado anímico de casi 30.000 espectadores (en promedio). El estadio se vuelve un polvorín, y si el resultado es esquivo para nosotros, empezamos a putear, por mucho más que por perder: hay un desahogo generalizado y hasta quizás subconsciente.

Violencia en las canchas

¿Será esa la explicación a la violencia contra los hinchas visitantes? De repente, ver que el rival festeja su triunfo (y nuestra desgracia) termina despertando lo peor de muchos. Una chispa puede hacer explotar el polvorín, pero a veces también puertas adentro como ya hemos visto. En la primera fecha de este torneo clausura quedaron registrados hinchas de Instituto peleando en las tribunas del Kempes durante un partido contra River. En Mar del Plata pasó algo mucho peor, los barras de Aldosivi volvieron a mostrar su peor imagen durante una sangrienta pelea que incluyó armas blancas y cuyos videos dieron vuelta el mundo. La misma barra de Aldosivi que años atrás le había prendido fuego los autos a los jugadores por la imperdonable razón de no poder salir del fondo de la tabla.

Otro actor presente en estos casos es la policía. No llama la atención ver los amplios operativos que rodean a estos espectáculos deportivos. Cuando laburan correctamente, los uniformados sirven de barrera de contención contra los desbordes de violencia, pero no son infalibles, como quedó claro en el último partido entre Atlético y Rosario Central. Más allá de las diferentes versiones, en todas hay un factor común: la seguridad estuvo garantizada durante la previa y el desarrollo del partido, pero los hinchas de ambos clubes coincidieron en la esquina de Perú y Juan B. Justo y se enfrentaron a pedradas hasta que la Policía llegó a ese punto.

En otros casos la Policía actúa deliberadamente mal, no solo aquí sino también en otros países. Esta semana pudimos ver a los efectivos brasileños peleándose en Belo Horizonte con los hinchas de Godoy Cruz, cuando no había antecedentes de casos de violencia en la hinchada mendocina. Sí, en cambio, sobran ejemplos de casos en los que la Policía de Brasil agredió deliberadamente a los hinchas argentinos, como ocurrió en uno de los últimos enfrentamientos de eliminatorias entre la Albiceleste y la Verdeamarela, cuando con Lionel Messi y Nicolás Otamendi, los jugadores argentinos pararon el partido para defender a los fanáticos que estaban siendo agredidos en las tribunas.

También esta semana vimos algo sin precedente: en el partido entre Peñarol y Racing, el jefe de seguridad del encuentro ordenó a los hinchas locales abandonar primero el estadio y mantuvo retenidos a los de "La Academia" por más de una hora en la tribuna, cuando el protocolo insta a hacer precisamente lo contrario: dejar salir primero al visitante para aligerar la partida de los micros y reducir el riesgo de emboscadas y enfrentamientos en las afueras.

¿LA CALLE NO ES UN POLVORIN?

Volvemos entonces a la frase de Valdano. Si el fútbol no es lo más importante, entonces ¿por qué vemos estos índices de intolerancia y de violencia solo en ese ámbito de la vida? Que no se malinterprete con hacer apología a la violencia, la repudiamos en todas sus formas, pero no deja de llamar la atención que un argentino esté dispuesto a enfrentarse con otros civiles y con policías altamente preparados y equipados durante un encuentro deportivo, pero no asuma los mismos riesgos con las situaciones que, evidentemente, afectarán de forma mucho más directa su realidad si la comparamos con un mero resultado futbolístico: el veto al aumento de las jubilaciones, el desfinanciamiento a las personas con discapacidad y otros sectores neurálgicos como universidades u hospitales. ¿Entonces el fútbol es lo más importante?

Se les exige más a los dirigentes deportivos y a los jugadores que a quienes realmente condicionan a diario nuestra forma de vida. El mal servicio de ómnibus y los paros de transporte, los cortes de luz y de agua y las fallas en esos servicios, el deteriorado estado de las escuelas y universidades públicas, de las calles bañadas por las fétidas aguas cloacales, de las rutas que la Nación dejó huérfanas al cerrar Vialidad. Todo eso es importante y enoja al argentino, pero ni siquiera lo levanta de la silla para salir a reclamar ¿será que a diferencia de en una cancha el argentino siente solo con otros temas? Después de todo, el gol del rival afecta a 30.000 personas juntas en un estadio, pero el aumento en cada boleta de servicio les llega por separado. ¿Así reducimos el riesgo de que las chispas enciendan un polvorín mucho mayor? Menos mal entonces.

Urge llegar a un punto medio: no podemos dejarnos dominar por la violencia en ninguna circunstancia, pero mucho menos en una cancha... Urge volver a entender cuáles son las cosas que verdaderamente importan mucho más que un resultado o una categoría. Urge también recordar la importancia del reclamo como método de expresión en democracia. Pero hasta entonces, la intolerancia sigue pareciendo ser estúpidamente selectiva. 

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