Testimoniales ¿para que?
Vence el plazo para definir los nombres de quienes, este octubre, aspiran a llegar al Congreso de la Nación. Candidaturas testimoniales de aquellos que, con seguridad saben, no asumirán en el cargo. Candidaturas testimoniales de quienes con seguridad, en caso de asumir, serán uno más del montón. Candidaturas testimoniales de aquellos que sólo compiten para mantener vivos sus partidos. Y finalmente, candidaturas testimoniales de quienes sólo se presentan con el objetivo de hacerle daño a algún otro competidor.
¿Pero qué cosas son las "candidaturas testimoniales" de las que tanto se habla?
En lo primero que uno piensa (y correctamente) es en esos políticos que se postulan a un cargo y, siendo electos, no asumen. La "testimonialidad" en este caso es evidente. Sin embargo, tiene la dificultad de constatarse únicamente ex-post, esto es, una vez concluido el proceso electoral y consumado el acto de asunción de los vencedores. Si la persona que gana las elecciones no asume el cargo al que se postuló, entonces su candidatura es, evidentemente, testimonial. ¿O no?
Sin embargo, existe otra forma de pensar en la "testimonialidad". Tomemos como ejemplo a quienes, a sabiendas de la imposibilidad de vencer en las elecciones o, sencillamente, de disputar con algún grado de certeza, al menos una de las bancas que están en juego, participa igualmente del proceso electoral. Con razón, usted podrá preguntarse ¿Y para qué se presenta si sabe que no va a lograr, ni siquiera, arañar el último de los escaños en juego? Sin embargo, intuyo que esta vez, la "testimonialidad" ya no es tan evidente y hay algo que le hace ruido. ¿Estoy en lo cierto?
Como casi siempre en la vida, y este caso no es una excepción, la realidad no es dicotómica. La "testimonialidad" rara vez es blanca o negra: se mueve en una multiplicidad de grises que exigen darle una vuelta de tuerca más al asunto.
Volvamos al primer caso. Un político se presenta, gana las elecciones y no asume el cargo. ¿Fue un candidato testimonial?
Si usted y yo elegimos el camino dicotómico (el de blancos y negros), entonces no tendremos dudas: la testimonialidad de la candidatura es clara y contundente. Si por el contrario, elegimos el prisma de los grises, entonces la respuesta a este interrogante sólo puede ser: depende. Pero ¿Depende de qué?
De cómo respondamos a dos cuestiones: Primera: el candidato en cuestión, al no asumir en el cargo para el que fue elegido ¿Traicionó o no la voluntad de sus votantes?. Segunda (y necesaria para responder la cuestión anterior): ¿Existe alguna forma de determinar si el candidato efectivamente traicionó, o no, la voluntad de su electorado?
Para el segundo interrogante, y salvo en el caso que el candidato haya expresado efectivamente su voluntad de asumir en el cargo y no lo hiciese, no es posible determinar taxativamente una "traición" al electorado.
Olvide, por un momento, los nombres propios de políticos y partidos e imagine las siguientes situaciones:
El candidato "A" se presenta a elecciones, gana y renuncia para ser funcionario en el ejecutivo que es de su mismo partido. El candidato "B" es un funcionario ejecutivo no electivo (secretario o ministro), se presenta, gana y renuncia para seguir en su cargo anterior. El candidato "C" ya tiene un cargo electivo y, sin completarlo, se presenta, gana y renuncia para seguir en el cargo anterior.¿Traicionaron a sus votantes estos candidatos?
La teoría política demostró que, como norma general, los votantes consideran más valiosos los cargos ejecutivos que los legislativos. Así, en el caso de los "pases" desde el parlamento a ministerios o secretarías, sería plausible suponer que los votantes de "A" consideren el "salto" de sus candidatos al ejecutivo una ganancia cualitativa: ahora, la persona a la que apoyaron tendrá más herramientas para cumplir con sus promesas de campaña.
En el caso de "B" (funcionario ejecutivo no electivo) la línea argumental de "A" se mantiene, pero a la inversa. Dada la misma preferencia de ejecutivos por sobre legislativos, es plausible esperar que sus votantes prefieran que el candidato continúe en su cargo antes que dejar el lugar a otra persona y "bajar" al parlamento.
Finalmente, para "C" (ya fue elegido para un cargo y todavía no finaliza su mandato) tenemos dos variantes: o bien "C" fue elegido para un ejecutivo (intendente, gobernador o presidente), o bien fue electo para el legislativo (concejal, legislador o diputado/senador).
Para "C - Ejecutivo", se mantendría el razonamiento de "B": es probable que ninguno de sus votantes espere que "C" renuncie al ejecutivo para asumir en el parlamento. En el caso de "C - Legislativo", la cosa es más vidriosa: la justificación pragmática sólo sería válida en la medida que se percibiera un ascenso: de concejal a legislador, de legislador a diputado / senador. A la inversa la cuestión es totalmente diferente: no hay ganancia, sólo extensión en el poder. El aroma a traición flota en el ambiente.
En síntesis, la "traición" sólo sería plausible bajo dos supuestos:
El candidato expresamente falta a su palabra de asumir en el cargo. El elector percibe que el candidato optó por su propia continuidad en el poder.Así las cosas, pasemos al segundo ejemplo:
Presentarse a sabiendas de no poder ganar ¿Candidatura testimonial?
Seguramente, en más de una ocasión usted se preguntó "¿Por qué ‘X' se postula si es prácticamente imposible que logre obtener los votos suficientes para ser elegido?" ¿Es eso una candidatura testimonial?
La respuesta al segundo interrogante, a diferencia del apartado anterior, depende de la respuesta de la oferta política (de los dirigentes): En el plano dicotómico (blancos y negros) la respuesta es unívoca: si, es una candidatura testimonial. Pero bajo el prisma de los grises la clave la podemos encontrar en la respuesta a nuestra primera pregunta: los motivos de esa candidatura. Veamos.
Los partidos políticos deben, para poder existir, cumplir con una serie de obligaciones legales entre las que se encuentra, por ejemplo, haber presentado candidatos en las últimas dos elecciones. Así, si un partido aspira a seguir existiendo deberá recurrir a las candidaturas testimoniales aún cuando las considere "desleales". La realidad, nuevamente, se impone.
Los espacios que compiten también pueden representar a segmentos minoritarios de la sociedad, ya sea porque antes eran importantes y decayeron, ya sea porque constitutivamente expresan a una minoría, o porque otras opciones son, coyunturalmente, más atractivas para el electorado. Indistintamente del caso, la candidatura será testimonial.
Ahora, también puede suceder que el partido en cuestión no requiera presentarse a elecciones para cumplir requisitos legales ni que se haya convertido en un espacio minoritario sino que, por el contrario, sea una estrategia para dañar electoralmente a uno de los competidores. Imaginemos el siguiente escenario:
Los partidos "A" y "B" comparten el mismo electorado, "A" representa a la mayoría y "B" a la minoría de estos votantes. Ambos partidos saben que aliándose mejoran sus posibilidades de ganar.
Sin embargo, al partido "C" le convendría que "B" se presentase "testimonialmente". De ese modo "A" (principal contendiente de "C") obtendría menos votos y, así, "C" ganaría las elecciones. ¿Le suena de algún lado?
He aquí el núcleo del problema: aunque sean candidaturas "testimoniales", las motivaciones de la oferta son centrales. La testimonialidad puede tener atenuantes o agravantes; todo depende de aquello que las motive.
Sé que han quedado muchos espacios en blanco en esta columna, pero espero haberle ayudado a pensar desde otro lugar un tema complejo. Las candidaturas testimoniales no son un accidente: son una decisión consciente de la política. Existieron, existen y existirán. La pregunta, en el fondo, siempre vuelve al mismo lugar: ¿para qué?
¿Fin?
Por Patricio Adorno. Licenciado en Ciencias Políticas, docente universitario en UNSTA, socio de Meraki Consultora Política, Director de ACEP San Miguel de Tucumán.