Opinión

¿Superávit falaz?

Milei convirtió el superávit fiscal en la bandera de su gestión y en su principal ancla política. Pero la obsesión por mostrar las cuentas ordenadas, a cualquier costo, abre interrogantes sobre su sostenibilidad, el impacto en la clase media y la falta de un motor claro de crecimiento.

Miguel Palau

Cuando el chairman de la Reserva Federal, Jerome Powell, habla, el mercado se queda quieto. Atiende cada palabra, cada gesto, cada coma. Son monólogos quirúrgicamente diseñados: un gesto de más o una pausa fuera de lugar pueden provocar interpretaciones indeseadas y volatilidad.

La cadena nacional de Milei ayer fue todo lo contrario: anacrónica, repetitiva, ineficaz. No hubo lineamientos ni detalles de transición, nada sobre agotamiento o fortalecimiento. Solo una ratificación: el plan de estabilización funciona, el éxito es "rotundo" y cualquier ruido es culpa del escenario político.

El superávit como ancla

Milei decidió que el superávit fiscal es el corazón de su modelo y su carta de legitimidad política. En la práctica, gastar menos de lo que entra. Nada extraño: la receta clásica de la ortodoxia para estabilizar economías con déficit crónico. O sea, no es invento, es mainstream puro.

Un país federal con provincias feudales, gastos rígidos y plantillas sobredimensionadas.En Argentina, lograr "prudencia fiscal" es doble desafío:

Un país federal con provincias feudales, gastos rígidos y plantillas sobredimensionadas. La presión social de un ajuste que no siempre reparte el dolor de forma pareja.

Hasta ahora, los números del Ministerio muestran que se viene logrando, pero con altísimas dosis de confrontación política: amenazas veladas a legisladores, condicionamiento de transferencias y un discurso que trata cualquier resistencia como irresponsabilidad. Sirve, quizás, lejos de las elecciones.

Obsesión, pero... ¿conviene?

Antes de avanzar, vale la pregunta: ¿es correcto obsesionarse al punto de mostrar superávit a cualquier costo? La estabilización le permitiría encarar reformas estructurales -laborales, impositivas, desregulación- que dependen de mayorías legislativas que hoy no tiene. Un oficialismo sin control del Congreso necesita mostrar solvencia para evitar vetos y negociar.

El equipo económico lo vende así: con superávit, se estabiliza y luego se devuelven al sector privado 500 mil millones de dólares en baja de impuestos. El número, sinceramente, no me cierra matemáticamente. Y aunque fuera cierto, en un país donde el 50% de lo recaudado proviene de mil CUILs y el 75% de once mil, el rol redistributivo muta a retributivo. El gobierno dirá que el crecimiento derramará solo. En la práctica, hasta ahora se benefició a los dos deciles más ricos y a los tres más pobres, dejando a la clase media tensionada en el medio.LA EVIDENCIA INTERNACIONAL

No todos los países con estabilidad fiscal viven en superávit permanente. EE.UU., Canadá o Australia alternan déficit y superávit sin perder disciplina. El gasto público no es pecado: es inversión en infraestructura, educación, innovación.

Alemania tiene su "freno a la deuda" en la Constitución, pero lo levanta en crisis para sostener actividad. Chile ajusta su gasto con una regla fiscal que se adapta al ciclo económico y al precio del cobre. Milei, de forma desprolija, apuntó a una regla similar, pero por vías cuestionables.

La clave es combinar administración ordenada con políticas que impulsen el crecimiento. Porque un Estado puede ahorrar todo lo que quiera, pero si la economía no crece, la estabilidad dura un suspiro. Y Argentina viene frenada desde febrero.

EL SUPERÁVIT FALAZ

El FMI lanzó una advertencia incómoda: "¿De qué superávit me hablás si, sumando intereses de LECAPs, tenés déficit del 1,2% del PBI?".

Las LECAPs son letras del Tesoro en pesos, deuda de corto plazo que paga intereses. Esos pagos no se cuentan en el resultado primario que muestra Milei, ni siquiera en el financiero. ¿Por qué? Porque cuando vencen, el gobierno las "rollea": capitaliza intereses y patea vencimientos.

¿Es un truco contable? Sí. ¿Es válido? También. Sirve siempre que el gobierno genere confianza para rolear cuando toque. Si hablamos de deuda, hablemos de sostenibilidad y conveniencia.

LA POLÍTICA DEL ANCLA FISCAL

En el esquema ortodoxo de Milei, el superávit cumple una función política: anclar expectativas. Mostrar que "la caja está ordenada" es clave para contener inflación, estabilizar el dólar y llegar a las elecciones con sensación de orden.

Pero si el superávit se convierte en fin en sí mismo y no en medio para crecer, el riesgo es un ajuste permanente que erosione la base social. No somos Brasil en el 94, ni Israel en el 85. Todo cambia, incluso la economía y sus teorías.

Y pregunto: ¿ahorramos solo para anclar? ¿No hay intención de recomponer partidas que fueron bandera del ajuste, como jubilaciones y gasto social?.

EL ESLABÓN FLOJO: CRECIMIENTO

Ningún plan de estabilización se sostiene solo con ajuste fiscal. Ni en la Primera Guerra ni en los noventa latinoamericanos. Hoy, gran parte del rebote viene de la intermediación financiera: el crédito repuntó con tasas altas, pero la salida desordenada de las LEFI subió las tasas y amenaza con frenar ese motor.

A mi entender, después de octubre habrá que virar a una nueva fase del programa, y creo que el gobierno lo manifiesta, viéndose ganador y asumiendo cambios incomodos, cediendo algo de estadística en el corto plazo para ganar estabilidad a largo. Si no, se entra en un círculo vicioso:menos gasto menos demanda menos crecimiento menos recaudación más ajuste. Imperdonable.


Miguel Palou. 
Economista. Master en Finanzas
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