Opinión

A fin de año, el Estado retrocede hasta antes del Cristianismo

La víctima de la violación es castigada como si fuera la verdadera responsable de lo que le ha ocurrido, como el mito griego de Medusa.

"Oscar Wilde dijo, y probablemente lo creyó -en todo caso, lo creyó en aquel momento-, que todo hombre es, a cada instante de su vida, todo lo que ha sido y todo lo que será". Esa evocatoria de Jorge Luis Borges, que Osvaldo Ferrari rescata en el tomo I de "En diálogo" (Siglo XXI Editores, 2005), es una máxima de hierro. Acaso un también un Estado es, a cada instante de su existencia, todo cuando hace con los seres humanos que viven bajo su autoridad.

Si ese postulado es admisible, entonces los tucumanos asisten a un retroceso que nos lleva ya no sólo a tiempos anteriores a la modernidad, sino a edades previas a lo que llamamos "la Era común". O, más coloquialmente, a la Antigüedad previa al Cristianismo. Porque a lo que se asiste por estas horas sólo encuentra parangón en los mitos ancestrales. Los que se remontan a las sociedades en las que las mujeres eran propiedad de los varones. No eran libres, ni mucho menos iguales en derechos. Ni siquiera eran merecedoras de la solidaridad frente al abuso.

LO MONSTRUOSO

Medusa es un personaje pavoroso de la tradición griega. Su mito evoluciona en el período helenístico (hacia el 300 antes de Cristo). Pierre Grimal, en su "Diccionario de Mitología Griega y Romana" (Paidós, 2005) la concibe como una doncella hermosa que es ultrajada por el dios Posidón en un templo consagrado a Atenea. Desconsolada, reza y llora a la diosa. Pero cuando Atenea la encuentra, lejos de apiadarse, castiga: desfigura a la mujer. Además, convierte su cabellera en una melena de serpientes. Y la condena a convertir en piedra a todo hombre que sufra su mirada.

Lo monstruoso no es Medusa, sino las significaciones que se desprenden de su relato. La víctima de la violación es castigada como si fuera la verdadera responsable de lo que le ha ocurrido. Las miradas deben esquivarla. Y para que nadie pueda confundirse, será "marcada" de tal manera que todos sabrán quién es esa a la que es mejor evitar. Ella no tiene voz: nada de lo que diga será escuchado. Más aún: si no hubiera pedido ayuda, tal vez hubiera tenido otro destino. La pedagogía del mito es horrenda: frente al abuso de los hombres, lo mejor que puede hacer la mujer es callar. Como si este crimen debiera ser tramitado como un problema personal. Como una vergüenza.

Claro está, la historia evolucionó y la humanidad hizo lo propio en Occidente. Un parámetro objetivo de que los tiempos han cambiado es que las mujeres, a fuerza de largas luchas y tardías reivindicaciones, consiguieron condiciones de vida más dignas y más justas, que se verifican en derechos... salvo aquí. Salvo ahora.

LO HORRENDO

Esta semana, Tucumán volvió a los tiempos en que las mujeres que denuncian haber sido abusadas son merecedores del escarnio. Su identidad como víctimas no es preservada, sino ventilada de manera pública, para que ella quede "marcada" y expuesta. No le asiste el derecho a tener voz porque su pedido de Justicia no será escuchado. Todo por el contrario: será puesto en duda. Hasta el paroxismo de que la castigarán condenándola a ser considerada una monstruosidad: la que "no tiene palabra" será considerada como la que quiere convertir en piedra a aquellos a los que apunta.

Todo ello se hizo contra la tucumana que denunció a cuatro ex jugadores de Vélez Sársfield por el presunto delito de abuso sexual en manada. La respuesta que obtuvo es que ella fue denunciada por supuesta falsa denuncia. Su nombre fue difundido -aún contra todos los protocolos de protección de las víctimas- en medios gráficos de esta provincia-. Hay tramos de la investigación judicial que fueron filtrados y difundidos de manera tal que benefician a los que fueron denunciados por ella. Mientras tanto, se buscan instalar toda clase de insinuaciones sobre su vida personal que, además de desprestigarla, la revictimizan una y otra vez. Para defenderse, ha tenido que brindar entrevistas periodistas para volver a hablar del hecho más traumático de su vida. Y para que la condenada no sea ella, porque en algún punto parece haberse olvidado que no es la victimaria, sino la víctima.

La horrenda pedagogía del mito de la Gorgona quedará verificada por completo en la realidad de una tucumana. Se presentó en Tribunales, ante la Fiscalía donde se tramita su denuncia, y preguntó si la investigación se cerraría en caso de que ella se quitara la vida. No debe haber manifestación más acabada de la cultura de la mortificación que anhelar jamás haber denunciado que se sufre un crimen. En el caso de Medusa era un mito. En Tucumán, está semana lo hicieron real.

LO INIMAGINABLE

El relato mitológico ocurre en un incomprobable templo dedicado a una deidad de comportamiento bárbaro. En Tucumán, el escenario es el Poder Judicial. El templo legal que la república y la democracia han consagrado como garante del Estado Constitucional de Derecho. Hasta el punto de otorgarle un poder del que carecen el Ejecutivo y el Legislativo: el de la "última palabra". No importa el decreto o la ley: sin la Justicia interpreta que no es constitucional, no se aplica.

Allí acudió la víctima de un ultraje, desesperada, a preguntar cómo es que se elaboran informes que se inmiscuyen en su vida privada y, como si no bastase, cómo es que esos informes se han filtrado.

Esta última cuestión reconfigura y, sobre todo, redimensiona el atraso que registra el Estado tucumano. Porque aquí, la Justicia emitió una "cautelar mordaza" que le ordenó a la empresa CCC no transmitir "contenidos" que, "directa o indirectamente", "injurien, tergiversen o distorsionen" la acción de jueces, fiscales o empleados de Tribunales, "y en general del Poder Judicial". Esa "cautelar mordaza" clausuró la garantía constitucional de publicar las ideas por la prensa sin censura previa, que establece el artículo 14 de la Constitución Nacional. En esa norma madre de la libertad de expresión se encuentra avalado el derecho a la protesta. Pero, sintomáticamente, cancelado ese derecho fueron salvaje e impunemente reprimidos delegados de la Asociación Bancaria en Concepción, por parte de policías predispuestos para golpear mujeres y patear varones en el piso.

Ahora, esa misma Justicia que ordena no criticarla, elabora informes que injurian, tergiversan y distorsionan la vida privada de ciudadanos. En particular, de mujeres que denuncian haber sido abusadas sexualmente. Y se encarga de que eso llegue a medios de comunicación. Porque a esta Justicia si le parece democrático que pueda decirse cualquier cosa de las personas, siempre y cuando no formen parte, "en general, del Poder Judicial".

Acerca de un escenario de este calibre no hay registros en la mitología griega. Para cuando murió Alejandro Magno, se ve, ya estaban severamente más evolucionados que en el retrasado Tucumán...

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