Entre la fe y el misterio: la tumba del "Niño Enrique" que miles visitan en Concepción

Cientos de personas visitan su tumba en busca de alivio y milagros. Quién fue Enrique Gómez, cómo nació su culto popular y por qué logró sobrevivir a la prohibición de los ritos profanos durante el gobierno de Antonio Domingo Bussi.

Un santuario que resiste el paso del tiempo

En el corazón del cementerio municipal de Concepción, en Tucumán, hay una tumba que no pasa desapercibida. Flores frescas, velas encendidas y pequeñas ofrendas rodean el sepulcro del llamado "Niño Enrique", cuyo verdadero nombre era Enrique Gómez.

Murió el 20 de julio de 1920, a los 19 años, y desde entonces su historia se transformó en una de las más arraigadas leyendas de fe popular del sur tucumano. Quienes lo visitan aseguran que el joven tiene el poder de obrar milagros y aliviar enfermedades.

En el lugar, además de las ofrendas, pueden verse pequeños látigos que los devotos utilizan para azotarse las partes del cuerpo donde padecen algún mal. Este ritual, según la tradición, simboliza la purificación del dolor y la esperanza de sanación.

La historia detrás del mito

Según los relatos orales, Enriquito -como lo llamaban- tenía problemas mentales y solía jugar entre los vagones de la estación ferroviaria de Concepción. Un día, mientras jugaba, quedó atrapado entre las vías y murió trágicamente.

Su madre, devastada, mandó a construir un pequeño monumento en su tumba, y con el tiempo comenzaron a circular historias sobre supuestos milagros atribuidos al joven. El boca en boca fue suficiente para que la devoción creciera y se consolidara el culto al "Niño Enrique".

Uno de los elementos más llamativos del santuario es un talero que se conserva sobre su ataúd, utilizado en antiguos rituales. Se cuenta que las mujeres lo usaban para azotar las manos de los hombres borrachos, repitiendo frases como "Para que no sea gastador". El rito simbolizaba el deseo de que el difunto curara la adicción y ayudara a las esposas a conservar el salario del hogar.

Cómo sobrevivió el culto durante la dictadura provincial

Durante el gobierno de Antonio Domingo Bussi en Tucumán, muchos cultos populares a los muertos fueron perseguidos y eliminados. Uno de los más afectados fue el de Bazán Frías, cuya tumba en el cementerio del Oeste fue destruida por orden del entonces gobernador.

Sin embargo, el "Niño Enrique" logró sobrevivir a esa ola de represión religiosa. Según los testimonios, sus devotos encontraron maneras de proteger su santuario y mantener viva la fe en secreto. El culto, lejos de desaparecer, se consolidó como uno de los más respetados del interior tucumano.

Entre la fe y la tradición popular

Para muchos habitantes de Concepción y alrededores, Enriquito es un símbolo de fe, consuelo y esperanza. Su tumba continúa recibiendo visitantes que llegan con promesas, agradecimientos o pedidos de salud.

Y aunque han pasado más de cien años desde su muerte, la devoción por el "Niño Enrique" sigue tan fuerte como siempre, recordando que, en los pueblos del interior, las creencias populares son parte viva de su identidad cultural.

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