Milei y la corrupción en ANDIS: Karina y Javier, del puritanismo prometido a la cloaca del poder
Javier Milei juró barrer la corrupción. Hoy, su gobierno aparece embarrado en un escándalo de coimas que huele peor que todo lo que criticaba. El caso Spagnuolo es más que una mancha: es la radiografía de un poder que se volvió cruel, hipócrita y abstracto.
De la cruzada anticorrupción a la podredumbre expuesta
El hallazgo de Diego Spagnuolo, ex titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, con su celular requisado y su fuga interrumpida, es el capítulo más grotesco de un gobierno que prometía pureza y hoy destila miseria. Los audios que lo incriminan hablan de coimas millonarias entre la droguería Suizo Argentina y el corazón del oficialismo. "El 8% son coimas", se oye. "Un 3% para Karina Milei". Medio millón de dólares por mes, en un país donde los hospitales se caen a pedazos y los hogares para discapacitados no tienen ni gas. Mientras la Justicia incauta sobres con dólares frescos y allana domicilios, la imagen del gobierno queda tatuada con la marca de la impunidad. Ya no se trata de sospechas, sino de billetes calientes y voces que delatan la obscenidad del poder.
Milei, el gran impostor
El discurso moralista de Javier Milei fue una trampa. El presidente que señalaba a la "casta" como sinónimo de corrupción, hoy muestra que la peor casta es la que fundó él mismo. La destitución de Spagnuolo no fue un gesto ético, sino una jugada defensiva. La reacción oficial -hablar de "utilización política de la oposición"- fue una caricatura del cinismo. Milei no combate la corrupción: la administra, la terceriza, la justifica con su silencio. El libertario que se autoproclamaba "héroe" contra las viejas prácticas se revela, en cambio, como el líder de un proyecto aún más decadente. Si antes se robaba con descaro, ahora se roba con sadismo, desde el organismo que debería asistir a los sectores más vulnerables del país.
La crueldad como sistema
Hay algo más atroz que la corrupción: la crueldad institucionalizada. El escándalo de ANDIS no es un caso aislado: es la confirmación de que el poder mileísta está desconectado de la realidad y desprovisto de empatía. Que el botín sean los fondos de las personas con discapacidad desnuda la perversidad del sistema. Spagnuolo no era un burócrata de segunda línea: era parte del círculo íntimo del presidente, un visitante frecuente en Olivos, un engranaje aceitado de la máquina oficial. Mientras tanto, Milei se abstrae en sus delirios teóricos, como si la corrupción fuera un asunto menor. Pero la indiferencia también es un crimen. Y el costo lo pagan siempre los mismos: los que no tienen voz, los que no pueden defenderse.
Existencialismo en los caniles del poder El caso Spagnuolo revela la grieta más brutal del mileísmo: su incapacidad de encarnar aquello que predicó. Milei no es la antítesis de la corrupción kirchnerista o macrista. Es su continuación degradada, su caricatura monstruosa. Aquí es donde el existencialismo nos ofrece una lectura. Sartre decía que la existencia precede a la esencia: somos lo que hacemos, no lo que decimos ser. Milei se definió como el redentor de la república, pero sus actos lo convierten en lo contrario: un apóstol de la hipocresía y la crueldad. Si cada individuo crea su propio significado de la vida, la de los Milei es ya una mezcla pestilente de corrupción y cinismo, un canil pestilente. Han elegido ser lo que son: un poder que roba a los más débiles mientras declama virtudes inexistentes. Y esa elección -libre, consciente, cruel- no es solo política: es un atentado a la condición humana.