Silbato o tecnología: la desconfianza del fútbol argentino
El arbitraje argentino atraviesa una crisis de credibilidad. Entre cámaras, pantallas y decisiones que encienden la sospecha, el fútbol parece haber perdido su árbitro natural: la confianza. Hoy la justicia deportiva depende más del VAR que del silbato, y la pregunta duele: ¿hace cuánto miramos un partido temiendo que el árbitro sea el protagonista y verdugo de nuestra ilusión?
La figura del árbitro, en las conversaciones de domingo, en familia, con amigos o en los bares, es siempre la misma, se lo considera el guardián del juego limpio, el tercero imparcial entre dos equipos que disputan más que tres puntos. Pero en el fútbol argentino, ese guardián aparece cada vez con menos autoridad moral. En su lugar, vemos a un actor rodeado de sospecha y portavoz de decisiones que muchas veces nadie entiende. Y lo peor, cuando se aplica la "‘justicia", ya no sólo importa si es correcta, sino si parece lo suficientemente imparcial.
Sin dudas, el interrogante que muchos aficionados del fútbol se preguntan ante ciertos partidos es saber si son ¿Errores inevitables o falla un sistema?. En varios cotejos se documentan fallos arbitrales y diferencias de criterio evidentes, sumados a errores de VAR que alimentan la indignación, un claro ejemplo fue el partido entre Atlético Tucumán y Rosario Central, un gol legítimo de Leandro Díaz que fue anulado por falta previa que la transmisión sin lentes convencionales no pudo confirmar. Y el resultado terminó generando insultos al árbitro y rispidez institucional. En otra fecha, el gol de Belgrano fue anulado por un offside milimétrico procesado por el VAR. La sensación fue que el sistema, lejos de corregir, exageró la puntería, entonces ¿qué partido se define por centímetros en vez de juego?.
Estos no son "errores" aislados: son síntomas de un sistema que no logra dar respuestas creíbles. Cuando el público, los entrenadores e incluso los mismos jugadores sienten que "el árbitro no está para impartir justicia sino para tragarse decisiones ajenas", la grieta arbitral se ensancha.
El VAR llegó... pero no reparó la herida
La incorporación del VAR prometía justicia, precisión y freno a los escándalos. Pero en Argentina, lejos de ser un bálsamo, se volvió a veces amplificador de la duda. Sin dudas, el VAR generó "opiniones divididas" porque corrigió algunos fallos, pero a la vez aumentó la sensación de que el criterio cambió y no siempre hacia lo mejor.
En el debut de una modalidad en la Primera División, el árbitro mismo tuvo que explicar al público por micrófono la resolución tras la revisión del VAR, como si la transparencia detectada fuera el problema y no el criterio. RoddyZambrano, árbitro del polémico encuentro entre Argentina y Brasil en la semifinal de la Copa América 2019, admitió que "hubo un penal, el VAR no me llamó" y que su actuación -o inacción- quedó en el centro del escándalo.
El VAR no es la panacea. Pero cuando la herramienta se usa como parche, la herida sigue abierta.
Falta de transparencia y arbitrajes en la mira
Los errores arbitrales gravitan menos por su número que por la sensación de que algunos actores -árbitros, asistentes, supervisores- operan en un sistema poco visible. Que el mismo árbitro o el mismo cuerpo arbitral aparezca reiteradamente en partidos de un club grande es combustible para las teorías de favoritismo, aunque no haya prueba concreta. La institución parece reaccionar, no prevenir.
Cuando los audios del VAR empezaron a publicarse, se dijo: "Hoy vamos por la transparencia". Pero la frecuencia, la consistencia y la lógica de publicación no convencen.
¿Y el público qué pide? Que las designaciones sean claras, que los criterios sean consistentes, que los árbitros rindan cuentas no sólo ante la AFA o el SADRA sino ante el fútbol que ven los hinchas.
Un árbitro puede equivocarse. Pero cuando los protagonistas del juego -técnicos, jugadores, directivos- sienten que la equivocación es sistemática, la convivencia se rompe. Algunas frases dicen mucho:
MarceloGallardo (DT de River) dijo: "Prefiero que se equivoque el árbitro y no siete", cuestionando el sistema de campo + VAR + asistentes. Esto resume que la crítica ya no es al error, sino a la estructura que permite multiplicarlos. En la semifinal de Copa América 2019, Lionel Messi aludió al arbitraje tras la derrota frente a Brasil, dejando entrever que "el sistema nos usó".
Estas declaraciones no son histriónicas ni aisladas: operan como válvula de escape para clubes que sienten que pierden algo más que un partido. ¿Qué hacer para reparar la credibilidad?
No alcanza con más tecnología, siquiera con mejores árbitros, lo que está en juego es el contrato de confianza entre el público y el árbitro.
Un diagnóstico que preocupa
El arbitraje argentino está en terapia intensiva con fiebre alta, baja presión y el monitor del VAR parpadeando. Si no se le pone un tratamiento serio el fútbol sufrirá de nuevo la crisis de credibilidad que ya le pasó a otras instituciones: clubes, dirigentes, jugadores y lógicamente los árbitros. Al final, el gran perjudicado es el juego, el protagonista que debería importar: los jugadores que corren, los hinchas que cantan, los técnicos que apuestan.
Que el árbitro vuelva a ser árbitro, y no el sospechoso o el protagonista. Que el VAR resulte coayudante, no fiscal de tribunal. Que el fútbol argentino transmita que sus reglas valen también para quien las aplica. Pero aún así, la pregunta que queda flotando es tan simple como incómoda: ¿Qué valor tiene la justicia en el fútbol si quienes deben impartirla ya no gozan de la confianza de nadie?