Opinión

Figurita repetida: violencia y sospechas en el fútbol tucumano

Entre incidentes, sospechas de acomodamientos y falta de conducción, la Liga Tucumana de Futbol atraviesa una profunda crisis. El deporte más popular de la provincia se debate entre el descontrol y la desilusión de quienes aún creen en su valor social y piden respuestas urgentes.

Por estos días, el fútbol tucumano vuelve a ocupar titulares, pero no por sus goles ni por sus promesas juveniles. Lamentablemente, la noticia vuelve a ser la violencia, los incidentes en las canchas y la desconfianza hacia la conducción de la Liga Tucumana de Fútbol (LTF), una institución que debería garantizar orden, transparencia y equidad, pero que parece desbordada por los conflictos.

Los hechos ocurridos durante las semifinales y finales de los últimos años -y, recientemente, el enfrentamiento entre Tucumán Central y Graneros, que terminó en una batalla campal- no son aislados. Son parte de una cadena de episodios que se repiten año tras año: agresiones a árbitros, enfrentamientos entre hinchadas, sanciones o penales polémicos, jugadores suspendidos por actos violentos y partidos que terminan antes de tiempo. A eso se suma la sensación generalizada de que "todo ya está arreglado", una frase que circula en tribunas, redes sociales y hasta en los propios vestuarios.

Dirigentes de diferentes clubes coinciden en que la Liga Tucumana atraviesa una crisis de conducción. Raquel Graneros, intendenta de la ciudad que lleva su mismo apellido, publicó un fuerte y crítico posteo en contra de la Liga, poniendo un manto de sospecha e insinuando que los partidos "se juegan detrás de un escritorio y no en la cancha". Además, afirmó que todas las injusticias las enfrentó el Club Social y Deportivo Graneros. Posteriormente, también compartió en sus historias de Instagram repercusiones sobre el lamentable cierre de la semifinal del torneo local.

Este ejemplo -en puño y letra de quien trabaja en la conducción y acompañamiento del equipo del sur- expone la falta de gestión, diálogo y decisiones firmes que muchos dirigentes, hinchas y jugadores exigen y esperan de la Liga. Y es que, ante estos hechos, las sanciones parecen no ser suficientes y la prevención, prácticamente inexistente. Cada temporada se repite el mismo patrón: conflictos mal resueltos, medidas improvisadas y una autoridad que no logra hacerse respetar.

Mientras tanto, la violencia se naturaliza: canchas sin seguridad adecuada, árbitros que temen dirigir ciertos partidos y jugadores que sienten que el mérito deportivo ya no alcanza. En este contexto, el fútbol "esa pasión que moviliza barrios enteros y llena canchas cada fin de semana", se transforma en un terreno similar al Buscaminas, donde cada paso es una sospecha de caer en una mina y perderlo todo.

Recuperar la confianza y la paz en nuestro torneo no es algo sencillo. Quizás el primer paso sea reconocer que el problema no está en las tribunas, sino en la falta de gestión y credibilidad desde arriba. Solo con una dirigencia competente, coherente y comprometida, la Liga podrá volver a ser ese semillero de sueños que impulse a los jugadores a crecer, y no un campo de batalla que los frene, rompa ilusiones y termine manchando la pelota.

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