El peronismo derrotado frente al desafío de la renovación
¿Va a haber renovación en el peronismo argentino? Esa pregunta es ordenadora de las principales noticias político-institucionales que, durante la penúltima semana de noviembre, tuvieron como protagonistas a los gobernadores del Norte Grande. Y, en particular, a Gerardo Zamora.
El santiagueño fue anfitrión, el jueves, de la vigésimo segunda Asamblea de Gobernadores del Norte Grande, a la que acudieron los mandatarios Osvaldo Jaldo (Tucumán), Gildo Insfrán (Formosa), Raúl Jalil (Catamarca), Ricardo Quintela (La Rioja) y Hugo Passalacqua (Misiones); junto con los vicegobernadores Silvana Schneider (Chaco); Pedro Braillard Poccard (Corrientes) y Antonio Morocco (Salta), además del recientemente electo gobernador de Santiago del Estero, Elías Suárez.
Al día siguiente, Zamora recibió en su despacho al ministro del Interior nacional, Diego Santilli.
En ambos encuentros se dialogó sobre la relación entre la Nación y las 10 provincias septentrionales. Y por "relación" hay que entender "recursos". La Nación pidió apoyos para sancionar el Presupuesto 2026, que de aprobarse sería el primero de la gestión de Milei: actualmente, rige la segunda ampliación consecutiva del Presupuesto 2023. Zamora, en tanto, la manifestó al funcionario nacional lo conversado con sus pares: dinero para obras públicas, para las cajas previsionales de las provincias que no las transfirieron a la Nación, y la reasignación de recursos coparticipables.
Cuestión de bancadas
Que el santiagueño haya sido vocero de sus padres, así como el hecho de que Santilli se tomara un avión para ir a verlo, muestran que Zamora no es cualquier interlocutor: ganó las elecciones del último domingo de octubre con el 75% de los votos. A nivel provincial, deja a su jefe de Gabinete como gobernador. A nivel nacional ganó la elección de senadores, con lo que se aseguró dos bancas (incluyendo la propia), mientras que la de la minoría fue para Luis Emilio "Pichón" Neder, actual senador del PJ y ex vicegobernador de Zamora. Es decir, las tres bancas senatoriales son "propias". Y se llevó además, los tres escaños de diputados en juego.
Los parlamentarios nacionales asumirán en sus bancas durante los primeros días de diciembre y la pregunta que hoy merodea al peronismo nacional, según esclareció en el diario La Nación del sábado el periodista santiagueño Leonel Rodríguez, es qué bancada elegirá Zamora. El kirchnerismo (del cual fue un hombre de confianza) aún no sabe si se sumará a Fuerza Patria o si armará una bancada propia: con tres senadores en una cámara y siete diputados en la otra.
Claudia Ledesma Abdala, la esposa de Zamora, llegó a ser presidenta subrogante del Senado durante la presidencia de Cristina Kirchner. Que quepa la posibilidad de que el mandatario santiagueño vuelva al Senado para marcar distancia de los "K", en nombre de lanzar el "zamorismo" a nivel nacional camino a 2027, expone que, consciente o no, hay un peronismo que va por una renovación.
No es para menos: el peronismo acaba de enfrentar la segunda derrota consecutiva en comicios nacionales. En noviembre de 2023 perdió el balotaje y la Presidencia de la Nación. Ahora, siendo el último gran partido de masas de la Argentina, quedó reducido a una expresión minoritaria: acumuló los votos de sólo un tercio del electorado.
Si bien esa elección legitima a los gobernadores triunfantes, como Zamora, para buscar proyección nacional, no menos cierto es que la renovación del peronismo no es una cuestión de nombres. Dos cuestiones lo ponen de relieve. Por un lado, el resultado de la votación del 26 de octubre pasado. Por otra parte, la propia historia del peronismo.
El peronismo es "otra cosa"
En cuanto al primer aspecto, es casi disruptivo que el Gobierno nacional ganase en las urnas teniendo en cuenta que solucionó la catástrofe inflacionaria, pero a cambio de que la economía no crezca y de que la devaluación del inicio de la gestión estresó la economía doméstica de la mayoría de los argentinos. De ello surge una hipótesis plausible: los argentinos, más que votar en favor de una propuesta, votaron en contra de una alternativa. Un fenómeno creciente en los electorados occidentales, denominado "partidismo negativo" ("negative partisanship"). Y, específicamente, votaron en contra de "lo viejo". A despecho de la más famosa aserción de "El Eternauta", resulta que para muchos argentinos "lo viejo no funciona". La partidocracia tradicional, a criterio de los electores, cuanto menos en los comicios pasados, no funcionó en lo económico ni en lo social, cuanto menos eso demuestran las experiencias de la última década. El voto, entonces, se decantó por darle una oportunidad a "lo nuevo", que es como se sigue percibiendo a La Libertad Avanza.
Eso conduce al segundo aspecto: en sus ocho décadas de existencia, el peronismo ha mostrado una capacidad de cambio notable. El historiador Alejandro Horowicz escribió sobre "Los cuatro peronismos" y Martín Caparrós, en "Argentinismos", ironiza con que el peronismo se define "por ser siempre otra cosa". La versión primigenia del peronismo es, ciertamente, de derechas. Es nacionalista, se asume "anti-imperialista" y se sustenta en el movimiento obrero organizado. La derroca el golpe de 1955, que inaugura 18 años de proscripción de ese partido.
Tras el largo exilio, Perón vuelve en 1973 para asumir por tercera vez la Presidencia. Para entonces, el peronismo devino revolucionario y de resistencia. En "Padre Mujica", Ceferino Reato repara en que el viejo líder, desde España, acicateaba la violencia de la "gloriosa juventud peronista" porque necesitaba que se pusiera fin a la larga dictadura de la Revolución Argentina (1966-1973). Eran los tiempos de "Perón, Evita y la Patria Socialista" y de los discursos que escribía John William Cooke para Perón. A la par existía el peronismo de los trabajadores y de los sindicatos, que se unieron con las protestas estudiantiles y materializaron movimientos sociales determinantes como los "cordobazos" y los "tucumanazos". Pero este peronismo de izquierda fue una experiencia breve, que el propio Perón resistió cuando llegó al poder, rompió con Montoneros y José López Rega regenteó la "Triple A". El viejo líder murió en 1974 y en 1976 llegó la peor hora de la historia argentina, con la dictadura cívico militar que se autodenominó "Proceso de Reorganización Nacional".
En 1983, el peronismo intenta una vuelta a las fuentes fundacionales, pero por primera vez pierde en las urnas en elecciones libres de proscripciones. Esa derrota habilitó la renovación. Carlos Saúl Menem llega al poder en 1989 e inaugura otro modelo de peronismo: el neoliberal. El partido que había inaugurado el Estado de Bienestar se encarga de desmantelarlo en la década siguiente.
Imbatible en las urnas, escandaloso en su corrupción, ese modelo de peronismo duró lo que la gestión. Tras la crisis de 2001, Menem termina primero en los comicios anticipados de 2003, pero sólo con el 25% de los votos. Sin posibilidad alguna de ganar en segunda vuelta, el ex mandatario no se presenta al balotaje. Asume Néstor Carlos Kirchner y con él comienza el último modelo de peronismo: el populista y con discurso de izquierda.
Ese es el peronismo que, dos décadas después, luce como un modelo agotado y derrotado en las urnas. Dos veces seguidas, por cierto.
Sobre llovido, reforma
¿Qué ensayarán de aquí a 2027 quienes tienen la responsabilidad de conducirlo? Una opción es insistir con el formato inaugurado durante el kirchnerismo. En definitiva, eso hicieron en 2019 y le ganaron a Juntos por el Cambio en primera vuelta, frustrando la reelección de Mauricio Macri. La otra posibilidad es que encaren un nuevo modelo de peronismo.
No es una opción sencilla y el oficialismo nacional lo sabe. De hecho, la discusión en torno de una reforma laboral es funcional a horadar la crisis peronista: la "modernización" laboral (como le llama el oficialismo) apunta a menguar el poder de los sindicatos, por ejemplo, facilitando a los trabajadores negociar de manera individual y por fuera de los convenios colectivos de trabajo.
Con independencia del impacto a nivel estructural, la reforma laboral también es un cimbronazo político y electoral para los gobernadores peronistas dispuestos a negociar apoyos de los diputados que les responden a cambio de recursos para sus gobiernos. Ya lo saben hoy los propios referentes sindicales que en octubre pidieron el voto para los candidatos peronistas, a quienes los trabajadores les enrostran que esos mismos parlamentarios aparecen dispuestos a apoyar la "modernización" laboral que impulsa la Casa Rosada. Esos votos, en 2027, puede que voten otras alternativas.
En contraste, la supervivencia y la vigencia del peronismo están vinculadas a su capacidad de adaptación a las circunstancias. Por caso, subsiste en una América Latina que, de sur a norte, ha visto extinguirse, por el ejemplo, el "varguismo" brasileño y el PRI mexicano.
La conciencia de renovación, en este contexto, parece instalada. Cuanto menos, a nivel de nombres. El gobernador bonaerense, Axel Kicillof, no goza del "afecto societatis" de su antigua jefa. Zamora no ha dicho aún que no vaya a diferenciarse. Comienza a surgir una primera señal: hay una creciente conciencia, a nivel de los gobernadores, de que el futuro no es junto con Cristina.
Resta saber si también encararán una renovación del "modelo". La suerte de los próximos dos años estará estrechamente vinculada con esta cuestión.