La primavera del descontento
La incertidumbre económica, política y moral atraviesa a la Argentina y amenaza la credibilidad del gobierno de Javier Milei, mientras se acerca una primavera electoral clave para su futuro.
La incertidumbre es un fenómeno coherente consigo mismo: calificarlo como positivo o negativo es siempre una incerteza. Para la economía, es fulminante. Es preferible un escenario negativo antes que uno incierto. Para la democracia, en su dimensión electoral, es un signo de buena salud: si no se sabe a ciencia cierta quién va a ganar, entonces el poder sigue estando en manos del ciudadano.
Esta dualidad de la incertidumbre impide clasificarla, pero habilita también a deducir dos variables. La primera es que la incertidumbre es "tramitable" en la medida en que está bien dosificada. La segunda es que lo preferible es que no todos los frentes se manifiesten inciertos a la vez. Justamente, la Argentina transita en estos momentos la primavera del descontento porque lo que ha florecido de manera esplendorosa es el desconcierto en los aspectos centrales de la vida pública.
Se admite que, en democracia, los gobiernos puedan tener crisis económicas o crisis políticas. Resulta utópico pensar que van a carecer de inconvenientes. Y es harto desaconsejable que enfrenten ambos problemas en simultáneo. Con la gestión de La Libertad Avanza se suma una tercera dimensión: el Gobierno afronta una crisis de moral pública. Con todos esos elementos se consigue una cuarta tormenta: una crisis de credibilidad.
La sequía de la credibilidad
A la administración de Javier Milei no le creen los mercados. El FMI ha dicho que asistirá a la Argentina, el Ministerio de Economía ha garantizado que volcará los dólares que hagan falta para capear el temporal, el presidente Javier Milei ha adelantado que negocia una asistencia directa del Tesoro de los EE.UU. para afrontar las obligaciones de deuda de 2026, y, sin embargo, el dólar sube, el valor de los activos argentinos baja y el riesgo país se dispara.
Antes, los electores bonaerenses dejaron de creerle al proyecto libertario. Los comicios legislativos en la provincia de Buenos Aires, que reúne el 40% del electorado, fueron un verdadero "domingo 7" para el oficialismo nacional. El peronismo le sacó una ventaja de 13 puntos a los "violetas", a pesar de que Kicillof cosechó 600.000 votos menos que en 2023. Precisamente, lo que ocurrió no fue que el gobernador "llenó" las urnas de votos, sino que una multitud de electores que acompañaron a Milei hace dos años -cuando ni siquiera tenía partido político- ahora, luego de verlo gobernar por casi dos años, ni siquiera se tomaron el trabajo de ir a sufragar. Apenas el 63% de los empadronados cumplió con su deber cívico hace 20 días. En definitiva, uno de cada tres argentinos radicados en ese distrito asumió que, entre el peronismo y los libertarios, la verdadera opción era la abstención.
El desencanto fue el resultado de una seguidilla de escándalos de presunta corrupción que, durante este año, fueron estallando mes a mes: el fracaso de la ley de "Ficha Limpia" por el sorpresivo voto en contra de dos senadores que votaban tal y como la Casa Rosada necesitaba; las denuncias del cobro de "diezmos" a los nuevos contratados de Anses y el PAMI; los contratos millonarios con empresas de la familia Menem; o el descontrol de la Anmat que salió a la luz con el centenar de muertos por el fentanilo contaminado.
Al principio y al final, los hermanos Milei aparecen hilvanando ese rosario de irregularidades. En febrero aparece el Presidente de la Nación con el oprobioso caso "$Libra", la criptomoneda que se desplomó luego de que él la promocionara en su cuenta de "X", perjudicando en centenares de millones de dólares a quienes habían invertido en ella porque el jefe de Estado había dicho que era un fondo privado que reunía dinero para financiar Pymes argentinas.
El mes pasado, el centro de la escena es ocupado por la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei. Se difundieron audios en los que Diego Spagnuolo, quien era titular de la Agencia Nacional de Discapacidad, afirma que la funcionaria recibiría "coimas" de proveedores de esa dependencia del Estado. En simultáneo, el Ejecutivo Nacional vetaba la Ley de Declaración de Emergencia en Discapacidad en nombre del "déficit cero", a la vez que suspendía miles de pensiones, exigiendo que los beneficiarios se presenten en las oficinas públicas para que se constate si merecían seguir recibiendo esa ayuda del Estado o no.
Maquiavelo para principiantes
Luego de la paliza en las urnas bonaerenses, a Milei dejaron de creerle los parlamentarios nacionales y los gobernadores. Es decir, dejaron de creer que el Gobierno nacional era temible. Porque Milei, casi en un ejercicio de "Maquiavelo para principiantes", optó desde temprano por seguir al pie de la letra el capítulo XVII, titulado "De la crueldad y la obediencia; y si vale más ser amado que temido". Escribió allí el florentino: "De todo lo cual surge una cuestión: si es mejor ser amado que temido, o al contrario. La respuesta es que habría que conseguir ambas cosas, pero ya que es difícil poseerlas conjuntamente, cuando nos haya de faltar una de ambas, es mucho más seguro ser temido que amado".
Claro está, de entre muchas cuestiones, una omisión resalta en este texto del autor del siglo XV. Por el contexto de su tiempo, Maquiavelo no atendió la dimensión de la legitimidad: era una categoría acaso fútil para los tiempos de gobernantes que heredaban sus tronos y eran "ordenados por Dios". Linaje y religión eran toda la legitimidad requerida.
Milei eligió el camino de ser temido. ¿Qué era lo que debía temerse? El descrédito. Se invistió a sí mismo con la categoría mesiánica de representante de "las fuerzas del cielo" y demonizó a cuanto ser humano osara cuestionar sus políticas. Los representantes del pueblo que lo objetaban eran "la casta basura"; los intelectuales que contradecían eran "parásitos mentales"; los especialistas que ponían en duda sus anuncios eran "econochantas"; los periodistas que daban cuenta de que cada vez eran más los argentinos que no llegaban a fin de mes eran "ensobrados"; los que pedían financiamiento para educación pública o investigación científica eran "zurdos empobrecedores"...
Pero un domingo de septiembre, a las autoridades libertarias les perdieron el miedo. O, en los términos que ellos mismos eligieron, "las fuerzas del cielo", esas que hacen que las batallas se ganen según Milei proclamaba sin cesar, dejaron de acompañarlos. Lo cual es todo un problema en los modelos de dominación carismática, según contó Max Weber en "Economía y Sociedad". Porque la validez del "carisma", esa situación de "estar en gracia", es decidida por el "reconocimiento". Y el "reconocimiento" solo se consigue con "corroboración". Si falta de un modo permanente la corroboración, si el agraciado carismático parece abandonado de su dios o de su fuerza mágica o heroica, o le falla el éxito de modo duradero, y, sobre todo, si su jefatura no aporta ningún bienestar a los dominados, entonces hay la probabilidad de que su autoridad carismática se disipe.
La derrota electoral, por un lado, y la nula concreción de cambios en el gabinete, por el otro, hicieron que Milei pasara de ser una suerte de "gran inquisidor de la casta" al conductor de un gobierno desprestigiado y sin rumbo. La semana pasada solo cosechó derrotas en el Congreso de la Nación: la Cámara de Diputados insistió en la Ley de Financiamiento Universitario y la Ley de Emergencia en Pediatría. La Cámara de Senadores, en tanto, insistió en la ley para el reparto automático de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), que había sido promovida con el consenso de todos los gobernadores.
Ya nada es lo que era
En el país de la incertidumbre, como era de esperarse, ya nada es lo que era. Las elecciones no escapan a esa dinámica. Los comicios porteños de mayo debían ser una votación municipal para renovar 30 legisladores, pero la Casa Rosada los "nacionalizó". Lo mismo ocurrió con la elección del 7 de septiembre en la provincia de Buenos Aires: eran para renovar parcialmente el Poder Legislativo de esa provincia, pero los libertarios decidieron que eran la instancia para decirle (en una imperdonable banalización del horror) "nunca más" al kirchnerismo. Así les fue.
En 35 días son los comicios de medio término para renovar la mitad de la Cámara de Diputados de la Nación y un tercio de la Cámara de Senadores. Sin embargo, ahora son mucho más que eso. Los comicios venideros se han convertido en la clave para la gobernabilidad libertaria.
Hace tres semanas, aquí, analizamos que lo que está en juego en los comicios nacionales es el poder de veto real de la Presidencia de la Nación. El mandatario nacional tiene la potestad constitucional de oponerse a las leyes que apruebe el Congreso, pero la cuestión radica en si contará en el Poder Legislativo con el mínimo de parlamentarios que garantizarán que esos vetos queden firmes. Contar con esa capacidad es un indicador determinante para la estabilidad de las presidencias en América Latina, según estudios cuantitativos de ciencia política.
El politólogo argentino Aníbal Pérez Liñán lo analiza en el documento académico "Instituciones, coaliciones callejeras e inestabilidad política: perspectivas teóricas sobre las crisis presidenciales" (publicado en América Latina Hoy, volumen 49, Universidad de Salamanca, España). Allí recrea un estudio de Gabriel Negretto que abarca 75 presidencias de 18 países latinoamericanos entre 1978 y 2003. El estudio indica que de los presidentes con partidos mayoritarios en el Congreso, solo el 4% terminó anticipadamente su gestión. De los que tenían coaliciones mayoritarias (aunque su partido fuera de minoría), solo el 8% vio interrumpido antes de término su mandato.
Diferente es el caso de los jefes de Estado en minoría. Los que tuvieron mejores estadísticas son los mandatarios que contaron con el apoyo de opositores moderados (legisladores "medianos") y también de opositores de línea dura (legisladores "pivote") para respaldar vetos. En esos casos, solo el 9% de los presidentes se fue del cargo antes del fin del mandato. En cambio, "de aquellos que solo controlaban al legislador ‘pivote', un 32% abandonó el poder antes de tiempo; y de aquellos que no controlaban a ninguno, el 55% se vio obligado a abandonar el cargo", consigna Pérez Liñán.
Ya la semana pasada ha sido suficiente muestra de los avatares de la debilidad parlamentaria de un gobierno en la Argentina.
Esta es la encerrona en la que ha derivado el desconcierto nacional. La incertidumbre, imperecedera, deja un interrogante de hierro: ¿qué florecerá en la primavera del descontento?