Opinión

Homo Argentum, la oportunidad de pensar el ser nacional

Combina humor, marcas y estereotipos para retratar un supuesto "gen argentino". El film desata polémica por su mirada aspiracional y porteñocéntrica.

Homo Argentum combina humor, marcas y estereotipos para retratar un supuesto "gen argentino". El film desata polémica por su mirada aspiracional y porteñocéntrica. El debate trasciende el cine: ¿existe hoy un solo ser nacional?

La película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, protagonizada por Guillermo Francella, vendió entre el 14 y el 20 de agosto un total de 689.272 entradas en 488 pantallas. Una de esas fue la mía: impulsada por la ola imparable de críticas, me decidí a verla. Mi incontinencia por opinar, al menos, estaba acompañada por la experiencia directa de haber estado en la sala, y no por la desfachatez del director del INCAA, Carlos Pirovano, quien admitió no haber visto la película, sino apenas algunos TikToks sobre ella.

Homo porteñum

Sería muy pretencioso e insensato de mi parte intentar una crítica cinematográfica, teniendo menos cine que un VHS virgen. Pero no puedo resistirme a reflexionar sobre el momento, sus pretensiones y la tela que deja para cortar al presentarse como una obra que refleja el "gen" argentino.

El film está compuesto por 16 cortos de entre 1 y 12 minutos, todos protagonizados por Francella. En ellos pude contabilizar la presencia de diecisiete marcas importantes -Toyota, One City, Swiss Medical, Disney, Samsung, Havanna, entre otras-. Y si pude hacerlo con tanta facilidad, es porque la película terminó funcionando como un vehículo publicitario que rompió la verosimilitud y sacrificó la autonomía de la obra.

Además, en un país que se extiende a lo largo de 3.694 kilómetros de norte a sur, con aproximadamente 46 millones de habitantes, dieciocho ecorregiones y conformado por 23 provincias más la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la única tonada presente es la porteña. Quizás "Homo porteñum" habría sido un título más adecuado.

Crítica hipócrita a la hipocresía

Me entretuve, me reí y no me dormí. Sin embargo, la película no pudo escapar a la grieta, no solo por las polémicas declaraciones de sus directores, su financiamiento con fondos públicos y la recomendación del presidente Javier Milei, sino también por la inmediata reactividad de quienes se ubican en la vereda opuesta.

Francella parece cambiar solo de peinados, porque hace años lo vemos actuar en sketchs; la diferencia es que ahora conjuga su costado cómico con el dramático. Cada corto resultaba familiar: cercano a alguna anécdota propia o ajena, a un recuerdo o a una historia escuchada. En catorce de las dieciséis historias, el protagonista pertenece a las clases media, media alta o alta de la sociedad argentina. Y, en su mayoría, aparece como oportunista, ventajero, clasista, racista, machista y corrupto. Representan esa actitud cultural de quienes buscan parecerse a modelos sociales o de consumo considerados "superiores": el tan mentado costado aspiracional.

Esto queda en evidencia cuando la película muestra la mirada hacia el exterior como referencia, la persecución de una movilidad social imaginada o el afán de la marca como símbolo. Es ahí donde aparece la "crítica hipócrita a la hipocresía": se ironiza sobre lo aspiracional como parte del supuesto "gen argentino", pero al mismo tiempo se lo reproduce dentro de una lógica de comercialización excesiva que termina por vaciar la obra de credibilidad.

¿Qué es el ser nacional?

La identidad propia muchas veces se define o se construye en contraposición a la ajena. Si nos reconocemos dentro de un "nosotros", inexorablemente existe un "otros". Por ende, la pregunta "¿Qué es ser argentino?" despierta polémicas, acuerdos y desacuerdos. Nos obliga a reflexionar sobre qué nos genera pertenencia y, al mismo tiempo, nos permite comprender quiénes no somos -o no queremos ser-. Pero, ¿es posible que el concepto de ser nacional prescinda de la clase social a la que pertenecemos?

Arturo Jauretche afirmaba que el ser nacional no podía construirse copiando modelos europeos o estadounidenses, ya que ello conducía al colonialismo pedagógico y cultural. Para él, el pueblo debía reconocerse en su propia historia, sus costumbres y su modo de vida. Además, vinculaba el ser nacional con la soberanía: no se trataba solo de un asunto cultural, sino de un proyecto político de liberación nacional.

Para Hernández Arregui, el ser nacional es "una comunidad establecida en un ámbito geográfico y económico, jurídicamente organizada en nación, unida por una misma lengua, un pasado en común, instituciones históricas y creencias y tradiciones compartidas, conservadas en la memoria del pueblo. Tales representaciones colectivas, amuralladas en sus clases no ligadas al imperialismo, se expresan en una actitud de defensa ante los embates internos y externos, y, en tanto disposición revolucionaria de las masas oprimidas, se manifiestan como conciencia antiimperialista, como voluntad nacional del destino". Arregui sostenía que la dependencia económica y cultural de la Argentina respecto de las potencias extranjeras impedía alcanzar una verdadera emancipación nacional.

Por su parte, Beatriz Sarlo no concibe el ser nacional como algo fijo o esencial. Lo aborda más bien como un campo cultural dinámico y fragmentado, marcado por aspiraciones, contradicciones y reinvenciones constantes.

En nuestro país existen sectores que valoran más la cercanía con lo extranjero que con lo propio, aspirando a una cultura foránea en detrimento de la nacional y retomando así el viejo binomio "civilización o barbarie". Además de las categorías europeas como "izquierda" y "derecha", los trasplantes ideológicos atentan contra la identidad nacional cuando se importan modelos y proyectos sin enraizarlos en la realidad del pueblo argentino.

La oportunidad de pensar...

Un país extenso, con 215 años de historia, multicultural, con todos los climas y paisajes, castigado por sucesivos golpes de Estado, vaciamiento estructural y entrega sistemática, vive en la constante tensión entre el amor y lo urticante de lo propio y el anhelo de lo ajeno. Resulta difícil, sobre todo en tiempos tan convulsionados, delinear un concepto único de ser nacional. Más aún si se vuelve imperioso diseñar un proyecto común de ser nacional en este mundo multipolar.

Compartir un horizonte nos dota de cohesión y pertenencia para no quedar atrapados en intereses fragmentados y construir un destino común. Significará lograr que las instituciones democráticas recuperen legitimidad política, expulsar de los espacios de poder a quienes no respetan los intereses nacionales y son meros intermediarios de intereses externos, y al mismo tiempo construir nuevos liderazgos y fortalecer toda herramienta comunitaria orientada a resolver conflictos, por encima de cualquier lealtad partidaria.

Toda obra debe ser entendida como una semilla que germina en la reflexión, en la crítica o las discusiones que suscite. Es hora de trascender la estrepitosa grieta y dejar de profundizarla con simplismos y falsas superioridades morales para atender cimentaciones más urgentes: ¿Cuál destino elegimos?

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