Así es la cárcel peruana donde "Pequeño J" espera su extradición a la Argentina
Hacinamiento, requisas constantes y programas de reinserción conviven en el penal de Cañete, donde el acusado por el triple crimen de Florencio Varela permanecerá detenido mientras avanza el proceso judicial.
El penal de Cañete: superpoblado y con servicios limitados
Mientras la Justicia de Perú avanza con el pedido de extradición a la Argentina, Tony Janzen Valverde Victoriano -conocido como "Pequeño J"- permanece detenido en el penal de Nuevo Imperial, más conocido como penal de Cañete, ubicado al sur de Lima. Allí enfrentará una espera que puede extenderse varios meses, en condiciones lejos de ser ideales.
Según datos oficiales del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), la capacidad del penal ronda entre los 768 y 1.021 internos. Sin embargo, medios locales como El Comercio revelan que actualmente casi duplica esa cifra, con una población carcelaria que oscila entre 1.900 y 2.000 presos, lo que representa una sobrepoblación de hasta el 200%.
Celdas saturadas y seguridad bajo presión
La realidad dentro del penal es compleja. El hacinamiento impacta directamente en la calidad de vida de los detenidos: celdas compartidas por varios internos, escaso acceso a agua potable, atención médica limitada y alimentación deficiente.
"Pequeño J", al estar en un proceso de extradición, fue ubicado en el módulo preventivo, separado de la población condenada, pero igual de afectado por las condiciones estructurales del lugar.
A esto se suma un problema constante de seguridad interna. Los operativos de requisa son frecuentes y suelen terminar con el secuestro de drogas, celulares, armas blancas y alcohol casero, lo que refleja las fallas en el control del ingreso de objetos prohibidos.
Talleres, educación y oficios como vía de reinserción
No todo es negativo. A pesar del contexto adverso, el penal de Cañete también forma parte del programa estatal "Cárceles Productivas", que busca brindar herramientas de reinserción a los internos.
En ese marco, se desarrollan talleres de panadería y cuero, donde los presos pueden fabricar productos como billeteras, morrales y pan artesanal, que luego son comercializados como parte del sistema penitenciario productivo.
Además, en 2024, más de 600 reclusos se inscribieron en clases y actividades culturales, desde música hasta formación básica, lo que representa una apuesta por la educación y la ocupación positiva del tiempo en contexto de encierro.